Vivimos ahora, al parecer, la tercera fase de la Gran Crisis iniciada en 2007. Hay quien estima que este rediseño brutal del sistema económico, político y social será fuente de torsiones e incertidumbres hasta aproximadamente 2025, cuando nuestra actual manera de vivir será poco más que un recuerdo. El economista Niño-Becerra sostiene en ‘El Crash’, su libro embridado con cuestiones planteadas por Natàlia Vila, que, tras el agotamiento de las medidas para afrontar la primera fase (gasto público para reactivar la economía) y de la segunda (bajar el precio del dinero en entornos plurinacionales de moneda única compartida), la tercera fase, que nos amanece ahora, viene dada por la consciencia, impuesta por el fracaso de estas medidas, de que los cambios han llegado para quedarse y hay que acostumbrarse a ello: desigualdad social creciente en el acceso a la riqueza y futilidad de viejos conceptos como el de trabajo estable, uno de los pilares del mundo que se fue.

En lo macro, la salida del atolladero (desatasque económico y en lo posible, paz social) que barrunta Niño-Becerra son grandes quitas de deuda soberana, con el inevitable e impredecible precio político a pagar. En lo meso, retroceso de los servicios públicos vinculado a la discontinuidad y variabilidad en su financiación, a la caída neta de la recaudación y al incremento progresivo de los costes del paraguas de protección social vinculados a la innovación tecnológica y a la demografía. Y en lo micro, renta mínima para todos, legalización del cannabis y ocio gratuito. Sic. Para suavizar la agresividad de la multitud de outsiders expulsados de la fiesta contra los insiders que aún disfrutan de una cada vez más precaria seguridad.

Ante ese horizonte, un problema serio en España en el ámbito de la gestión de los servicios públicos, especialmente la sanidad, es la inoperancia para adoptar medidas estructurales, probablemente necesarias pero de alto riesgo electoral, que mitiguen las consecuencias inexorables del abismo de desigualdad social que ya asoman por el cuarto trasero de todas las ciudades. Incluida la redefinición operativa de las legitimidades de todos los concurrentes en el juego del aseguramiento y la prestación de servicios sanitarios.

Mientras tanto, en el SNS las decisiones de coyuntura se conciben y aplican a golpe de tuit para gestionar infraestructuras obsoletas que albergan estructuras funcionales que también lo son, a las que principalmente acude una parte de la ciudadanía: ésa población depauperada mayormente integrada por outsiders que ya no cuenta con la envolvente emocional, social, económica y laboral que antes la protegía de la enfermedad.


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