¿Cuánta gente trabaja en el Servicio Andaluz de Salud (SAS) actualmente? La respuesta a esa pregunta no es fácil. El SAS es una organización del tamaño de una gran compañía multinacional, llena de contradicciones y complejidades. Darse un paseo por su interior con algunos datos esenciales en la mano puede ayudar a entender a quienes viven ajenos a sus cuitas y afanes, pero usan sus prestaciones y pagan por ellas (básicamente a través de sus impuestos), cómo es posible que, a pesar de todo, hospitales y centros de salud abran sus puertas cada día e incluso, muchas cosas funcionen razonablemente bien. El grafo que ilustra este post, basado en datos del Sistema de Información de Recursos Humanos del SAS, permite identificar de un vistazo algunas cuestiones que al paseante profano pueden llamarle la atención.
La primera de ellas es, de entrada, el hecho de que la respuesta a la pregunta de cuánta gente trabaja en el SAS no sea fácil de contestar. A día de hoy, son tantos profesionales. Mañana, quizá algunos más. Pasado, algunos menos. La determinación de plantillas (o algo parecido) del SAS es un constructo mutante nacido de diversos vicios de origen y de las complicaciones de la vida diaria que impiden obtener un dato estable, eterno campo de batalla de directivos y sindicatos. Dificultades que en la empresa privada se resuelven con la asunción sobrevenida de funciones, la intermitencia aceptada de disponibilidades y la flexibilidad retributiva, en el SAS son tabú por regla general. O lo eran hasta hace no demasiado tiempo. Un asunto espinoso en el que la agenda política, la arquitectura fiscal y financiera del territorio, los legítimos derechos laborales, la narcolepsia de la sociedad civil y el blindaje funcionarial tienen su importancia y que hace tiempo, mucho tiempo, ya se dio por imposible de cambiar sin cataclismos. La cuestión es que, la media anual por mes, en este caso 2018, dice que en el SAS trabajan 100.304 personas. ¿Son muchas o son pocas? Depende; inevitablemente, de nuevo, la ambigüedad, nacida del silencio concertado de todas las partes implicadas, al que el encanallamiento negligente de la ciudadanía en general no es ajeno. Nadie quiere anunciar cataclismos ni que se los anuncien.
Extraer los datos de plantilla del SAS, analizarlos y pasarlos finalmente por un proceso de visualización permite, de un vistazo, hacerse una idea de cómo están las cosas, especialmente para cualquiera que no trabaje en la organización. La balada triste de la descapitalización continuada de la Primaria. Las puertas de Urgencias hospitalarias atendidas por médicos de Familia, testigos de viejas historias de luchas por el poder (primero fueron los intensivistas, luego los internistas y, hogaño, los farmacéuticos de hospital). La importancia clave en términos numéricos de algunos colectivos (Enfermería y personal sanitario y no sanitario de escalas básicas) que cuando despierten, harán temblar el andamio que sostiene al SAS. Son algunas cuestiones, entre otras muchas, que se ven mejor en un grafo que en una columna de datos y que quizá ayuden a generar un capital intangible de importancia clave en la actualidad: la capacidad de reflexión para determinar si el diseño de esa organización asistencial se parece al diseño mismo de la sociedad en la que se desenvuelve, y si por ello su futuro está en el enroque cerrado o en la adaptación.
Si no se entienden las contradicciones y complejidades del SAS y no se interviene sobre ellas, toda política profesional (vale decir, dinero para contratos y mejoras retributivas) que se intente, será un parcheo precario esclavo de los flujos de tesorería de Hacienda. Los centros del SAS experimentan a día de hoy, en algunos casos de manera dramática, esta realidad.
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