La estructura profunda del Servicio Andaluz de Salud (SAS), su mesocracia invisible, aguarda, como un viejo caimán durmiente, a que la política institucional termine de bascular y se decante entre el diseño comunitario y la satisfacción individual. Ambos planteamientos estratégicos son permeables a la tentación de la ingeniería social.

Hace años, cuando uno entraba en la sede central del SAS a preguntar que por qué no se relajaba la tensión sobre las exigencias de demora cero en los centros de salud, la respuesta, desde cierto olimpismo bienintencionado, consistía en otorgar carta de soberanía a la urgencia percibida del ciudadano. Debajo de esa clase de planteamientos palpitaba un deseo de construcción institucional, con ecos paradójicos del viejo Hombre Nuevo, para redistribuir riqueza en forma de servicios públicos. El sentido de propiedad colectivo se articulaba en torno a lo comunitario. Eso, en aquellos años, generaba satisfacción y, en consecuencia, respaldo electoral. Sin embargo, ocurrió después que los problemas de accesibilidad no aguantaron más parches y el dique se rompió. Ocurrió que en lo comunitario solo creían los ingenieros del modelo, muchos de ellos ajenos al proceso de cambio social que se gestaba bajo sus narices, y acaso también creían en ello ciertas bolsas de población depauperada, poseedora de alguna conciencia política y acompañada por profesionales implicados en ese mundo, básicamente de Atención Primaria. Pero, desde luego, no la estructura profunda del SAS. Ni la ciudadanía, constructo a día de hoy todavía lejos de comportarse como un verdadero sujeto político, al menos en sanidad. Sin embargo, navigare necesse est, se decía entre los mejores believers de entonces.

Hoy todavía quedan believers en el SAS, pero están desconcertados. Porque, precisamente, el relato de fondo está cambiando. Ante una realidad social en la que más del 20% de las citas se quedan sin resolver porque el paciente no acude ni avisa antes, la demora cero se entiende ahora como un espantajo argumental que se resuelve apelando a la satisfacción cuantitativa y cualitativa (más lo primero que lo segundo) de los profesionales (médicos sobre todo) y de los pacientes, a ver para cuánto nos dan esos siete minutos por consulta y algo de TIC. El canal de interlocución se reduce conscientemente a lo asistencial, que es precisamente el tipo de demanda que se detecta. Lo que no significa, y ahí está el valor de la planificación y de lo que se quiera hacer con ella, que no existan otras necesidades, verdaderas pero no verbalizadas en un mundo jibarizado por el tronismo y el hiperconsumo de emoticonos. No hay virtudes públicas, solo valores privados. Ese planteamiento es lógico, consecuente y coherente. E influye, sin duda, en el modelado social tanto como la bulimia reglamentista de indicadores que acaban asfixiando a la vida.

A comienzos de una legislatura que empieza a despejarse, no cabe esperar cambios catárticos, ni son aún políticamente necesarios porque todavía apelar a la herencia recibida es moneda de curso legal. Pero las líneas de actuación que se están dibujando indican que, si hay una segunda legislatura para el actual Gobierno andaluz, la estructura y la identidad de la sanidad andaluza van a cambiar a fondo. Mientras tanto, el SAS, ese viejo caimán, sestea y aguarda. Todavía no está claro si tendrá un buen despertar.


Photo credit: devittj on VisualHunt / CC BY-NC-SA