Reducir a términos razonables la presión de la población sobre los recursos de la sanidad pública andaluza sólo con dinero es un imposible presupuestario: actualmente el capítulo de personal ya se come aproximadamente el 50% de los 10.000 millones y pico que anualmente debe gastarse esta organización asistencial, con el SAS a la cabeza. La toma de conciencia del pozo sin fondo que implica este enfoque basado en la idea de gasto llevó en su día a los gestores, legislatura tras legislatura, a la conclusión de que si no se podía colmatar nunca ese agujero, la alternativa era hacer rendir más y mejor a lo que hubiese. Los actuales responsables de la Consejería de Salud están en ello y han optado por la idea de la subida salarial como incentivo, hasta donde se pueda llegar, aparcando el relato de la gestión clínica como profesionalismo autónomo capaz de tensionar a la organización. En cualquier caso, el avance del desierto demográfico en la Medicina andaluza es continuo y ello conduce a intentar adoptar casi cualquier medida que pueda frenarlo. Según el estudio de demografía médica del Consejo Andaluz de Médicos de hace unos meses, a día de hoy el 47% de los galenos andaluces tiene más de 55 años. Ello plantea un horizonte complicado, al que ya apuntaban los estudios realizados en este sentido previamente, allá por 2011, por la Consejería de Salud: habrá una profunda sima en la tasa de profesionales en torno a 2029.

Es probable que la discontinuidad política entre la gestión de entonces y la actual convierta en ineficaces muchos de los mejores esfuerzos de aquellos años y de ahora.

El actual consejero de Salud ha asumido la propuesta de los colegios médicos de eliminar, igualando por arriba, el complemento de exclusividad, para facilitar el flujo de profesionales entre la pública y la privada. Además, se ha comprometido a hacer retornar a los médicos emigrados. Pero, según los mismos colegios médicos, solo el 20% de los egresados de las facultades andaluzas está en la diáspora. El 80% restante anda por aquí, pero con una nueva mentalidad ante la vida: no cualquier cosa a cualquier precio.

Como todo el mundo sabe, aquí no se estudia Medicina, sino Miricina: los estudiantes viven en un tubo de presión orientado al examen MIR y no ven un paciente, con suerte, hasta tercero de carrera. Y el tiempo de cocción de nuevas hornadas (mínimo 10 años, grado más especialidad), ni da para una tasa de reposición armónica ni garantiza que se vayan a quedar.

Crecerá la población de Andalucía en un millón de habitantes en la próxima década. Es precisamente entonces cuando la demografía médica llegará a su punto más bajo.

Una solución estructural (una vez descartada a día de hoy la apuesta de la gestión clínica, denostada la militancia primarista y asumidas las limitaciones del marco presupuestario) pudiera consistir en actuar con más claridad sobre la demanda. Dejando crecer a su aire al mercado (población sana que suscribe seguros privados) o dificultando el acceso al sistema público. Ambas realidades (crecimiento del aseguramiento privado e incremento de las listas de espera) son hoy innegables. Si la elasticidad social (más que económica) de esas medidas se amortiza pronto, nos queda por probar el ticket moderador. A ver quién se atreve a meterse ahí. Si todo eso falla, parece que iremos hacia un horizonte marcadamente social-liberal: generalización del aseguramiento mixto bajo supervisión del Estado. Veremos.

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