La pandemia está dejando dejado destrozos que ahora empiezan a hacerse visibles en sociedades antes ufanas de su bienestar, como las tremendas inequidades que hacen dudar de la eficacia de un paraguas de protección social que se antoja ahora como una ensoñación. Pero también la marea ha dejado restos aprovechables: entre ellos, la conciencia amartillada de vivir en un contexto de interdependencia real.

La pandemia apenas ha tocado a los happy few. En plena fiebre de los webinars y las aplicaciones de videoconferencia, quienes habitan esos deciles de rentas altas han llevado mal el confinamiento, sin duda, tras los muros de sus dachas, sembrando el planeta de ocurrencias a golpe de stmarphone. Pero afirmar que han sufrido es una obscenidad.

Cuesta aún ver entre el humo y la niebla. Todavía la realidad no tiene nombre. Pero, con la retirada de las aguas de la primera ola de la pandemia, aparecen restos que ayudan a dimensionar el naufragio. El reciente opinion paper de Hugh Frazer sobre las consecuencias de la covid-19 entre comunidades desfavorecidas, publicado por el Observatorio Social Europeo, arroja alguna luz al respecto. Ayuda a saber qué ha ocurrido y cómo están las cosas.

El trabajo de Frazer, profesor del Departamento de Estudios Sociales Aplicados de la Universidad de Maynooth, Irlanda, da un repaso a realidades que había tapado el confinamiento y que ahora se revelan a los ojos del mundo con brutalidad. Los ejemplos de esta investigación proceden de las calles de Dublín, pero están también en cualquier ciudad europea. Es una descripción de la resaca social de la covid-19 que ayuda a ir saliendo del estado de shock a quienes creían que habitaban un país con servicios sociales y sanitarios robustos y que esto de la crisis pandémica era un paréntesis para volver a encontrarse con la vida tal como estaba antes del confinamiento.

A la luz de las reflexiones de Frazer, los determinantes sociales de la salud han dejado de ser una estadística sectorial para definir la médula de lo cotidiano. La enfermedad ha golpeado más a comunidades que viven hacinadas. La salud mental se ha debilitado más entre quienes no tienen jardín en casa y les han cerrado los parques y zonas verdes del barrio. Los sin techo se han quedado sin duchas y sin refugios para pasar la noche. Los niños de familias empobrecidas, sin comedor escolar donde complementar su alimentación con una comida decente. Los mayores incapacitados para manejar el fuego de la cocina en casa, sin guiso caliente. La tensión en muchos hogares ha estallado en más casos de violencia de género y contra los menores; mala combinación, la de confinamiento y paro. La brecha educativa, abismal para quien no tiene wifi en casa o ni siquiera un mal pc. El gap de acceso a información de calidad ha hecho devenir el cuñadismo en conspiranoia, extendiéndose viejas actitudes que antes estaban contenidas en las eufemísticas bolsas de pobreza: hay que defenderse de los gobiernos y de cualquier otra autoridad, porque los gobiernos y las autoridades siempre mienten. Ésos tintes oscuros forman ya parte del cuadro general. Nada nuevo; lo nuevo es el salto de escala, un incremento cuantitativo que ha desencadenado cambios cualitativos de fondo. Afrontar esta situación no es una tarea sólo para sanitarios y profesionales de los servicios sociales: es un desafío de supervivencia para toda la sociedad.

Más allá de todo buenismo al que ya nadie se apunta, este análisis de las consecuencias sociales de la pandemia en Dublín deja también algún saldo positivo. Se han reactivado las redes informales entre vecinos y eso es la médula de la comunidad. Servicios y sectores económicos diferentes han aprendido a empezar a coordinarse; no como opción, sino como necesidad. Las administraciones tienen por delante una agenda de asuntos a resolver que les ha sido impuesta de manera insoslayable por la tozudez urgente de la realidad. Una conciencia generalizada de que todos dependemos de todos en lo económico y en lo social parece irse instalando como marca de identidad cultural.

Así son las cartas de la baraja con las que toca ahora jugar. Así será durante bastante tiempo. Saber leer la realidad, en directo y sin filtros, será la diferencia entre salir adelante y quedarse atrás. Más que nunca, adaptarse, reordenar esquemas y prioridades no sólo será sobrevivir, sino algo mucho mejor: aprender a vivir de otra manera.


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