Actualmente hay en el mundo más de un centenar de vacunas candidatas contra la covid-19 en desarrollo y una cantidad semejante de proyectos de investigación relacionados con el virus causante de la enfermedad. El desafío es global y poliédrico y en él desempeña un papel relevante la geopolítica de las vacunas.

Las economías desarrolladas y aspirantes a serlo no se pueden permitir el lujo de un mundo paralizado ni sus ciudadanos una vida que no sea vivible. Por eso, el hallazgo, la fabricación y la distribución de la vacuna o vacunas contra la covid-19 son asuntos que superan con mucho el marco mental de la cultura científica que estaba vigente antes de que la pandemia nos estallara en la cara.

No habrá vida normal hasta que la población general tenga anticuerpos. Y no bastará con contar con una vacuna segura y eficaz para lograrlo: tiene que ser producida en cantidades suficientes. Estas dos líneas axiales definen el nuevo marco mental, en el que emerge la geopolítica como factor determinante.

Es sabido que nuestras esperanzas están con un ramillete escogido de vacunas candidatas que se están desarrollando principalmente en EEUU, China, Reino Unido y Alemania, entre las que sobresale al parecer la de la Universidad de Oxford, apoyada por AstraZeneca, distinguida con las complacencias de la OMS como “principal candidata”. Pero, mientras ésta o cualquier otra vacuna supera las enormes exigencias de seguridad de un mundo que no va a aceptar más efectos secundarios que una leve fiebre o un moratón en el lugar del pinchazo, fuera de la ciencia ocurren cosas. Vienen ocurriendo cosas.

La primera de ellas es que la industria que investiga en vacunas punteras ya no es hegemónicamente occidental, ha menguado en su preponderancia y los centros de producción masiva han migrado. Costes, precios, regulaciones. Es el mercado, amigos. Pero no solo el mercado: la inhibición de la ciudadanía en su compromiso con el bien común de los países más paralizados por la sorpresa es tan responsable de ello como las fluctuaciones bursátiles.

La segunda es que el pánico ante el invierno económico y social ha obligado a gobiernos, empresas y sociedad civil a embarcarse en proyectos mestizos (de investigación básica y de participación en ensayos) que harán difícil el reparto de réditos (económicos y de otro tipo) cuando llegue la recompensa a los esfuerzos, que llegará. La principal amenaza para la viabilidad de esos loables proyectos son las prisas: se pretende reducir a un año y medio el plazo de desarrollo de un producto biológico que en condiciones normales puede tardar hasta 15 años en llegar al mercado.

La tercera es la necesidad de producción masiva. Aun contando con una vacuna de dosis única, harán falta más de mil millones de unidades solo para proteger a trabajadores sanitarios y de otros sectores esenciales. Consorcios internacionales como CEPI (integrado por Noruega, India, la Fundación Gates, el Wellcome Trust británico y el Foro Económico Mundial) o la Autoridad para la Investigación Biomédica Avanzada del Gobierno federal estadounidense están ya implicados en la búsqueda de fondos para levantar plantas de producción especializadas que den respuesta a este desafío.

La cuarta es la concentración de la producción de más valor estratégico fundamentalmente en China e India y, en menor medida, Brasil. Nada que decir en un mundo de flujos engrasados por la globalización. Pero la conectografía, esa nueva manera de ver los mapas como redes de comercio e intereses, impugna ese planteamiento: países como China e India son capaces de producir muchas vacunas pero también tienen mucha población. Y es posible que quieran reservar la producción de la vacuna de la covid-19 para sus propios mercados. O, al menos, administrar su exportación conforme a sus intereses nacionales. El Gobierno estadounidense ya ha llegado a acuerdos de garantía de acceso a la vacuna con Pfizer y, en el caso de la vacuna de Oxford, ha hecho otro tanto, junto con Brasil y la Unión Europea. Este escenario pertenece ya más a la política que a la investigación científica o al comercio. Es geopolítico. Y si no se gestiona adecuadamente, el riesgo de una puja enloquecida por los lotes de vacunas puede provocar una distribución desigual en todo el planeta. Lo que, además de ser poco ético, garantiza la aparición de rebrotes fuera de control.


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