En democracia es mejor apostar por un sistema inteligente que por un liderazgo individual. Lo dice Innerarity aludiendo al diseño de sistemas de Luhman y parece haber verdad en ello. Pero la situación actual del Ministerio de Sanidad de España, aun siendo reflejo del contexto sincopado en el que se desenvuelven las instituciones, indica que, además de un sistema inteligente, hacen falta personas que atiendan a su funcionamiento.

El aire de burocracia pesada de Lubianka que tiene el edificio del Paseo del Prado que ocupa el Ministerio de Sanidad parece hacerse notar demasiado en estos tiempos, de cuasi interregno de facto en cuanto a la coordinación de la gobernanza del Sistema Nacional de Salud, mientras aguardan asuntos de importancia crítica a los que no se les da salida: el peso de la asistencia sanitaria en el próximo sistema de financiación de las comunidades autónomas y el indudable protagonismo interno en ese contexto del capítulo IV y de los blockbusters hospitalarios; los IPT pendientes y la escucha impostergable de la voz de los pacientes en esas decisiones; las hostilidades contra la farmacia comunitaria reabiertas por los colegios de Enfermería, que recuerdan a refriegas propias de tiempos de sede vacante; la resituación de lo público como fuente empleadora de referencia para los médicos; incluso la misma definición de la calidad representativa de la sociedad civil en las instituciones del sector salud, más allá, ejem, del Consejo Asesor del Ministerio.

Todos ellos son asuntos para cuya solución hay que confiar más, efectivamente, en un sistema, en unos procesos y procedimientos inteligentes, que en un liderazgo individual. Pero solo las personas pueden activar la toma de decisiones: por eso hace falta alguien al mando en los nodos de coordinación esenciales en el Ministerio de Sanidad. Es urgente, porque el Sistema Nacional de Salud, nunca culminado, siempre en construcción, ha empezado a dejar de serlo. Y alguien tendrá que afrontar su demolición, su metamorfosis o su refundación.


 

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