El funcionariado y los intelectuales fueron instituciones sociales que modelaron la sociedad del siglo XX en los países europeos occidentales. Las señales de fatiga que muestran hoy anuncian el ocaso del Estado del Bienestar tal como lo conocemos.
En su concienzudo recorrido por la hermenéutica práctica marxista y la historia de los partidos socialistas, Schumpeter subraya en ‘Capitalismo, socialismo y democracia’ la importancia que para los procesos de construcción de la convivencia han tenido en la Europa contemporánea los funcionarios y los intelectuales. Los primeros, como guardianes de la solidez institucional con un enorme poder de influencia en la configuración de los equilibrios sociales; los segundos, como acusadores domesticados de las contradicciones del sistema.

Sin funcionarios no hubieran sido posibles los avances en la legislación laboral británica ni el sistema de protección social alemán. Sin intelectuales, no hubieran pervivido los partidos políticos, esencialmente desconectados de las masas ab origine y coyunturalmente ligados a ellas a través de la épica, la mística y la lírica (el relato, se diría hoy) elaboradas por este colectivo integrado fundamentalmente por el sobrenadante resentido de profesiones académicas y condenado a la parasitación del conflicto para subsistir.

Los funcionarios necesitan al Estado tanto como éste requiere de ellos para su propia existencia. Los intelectuales necesitan al partido tanto como éste necesita explicarse internamente y ser explicado ante la interpelación exterior.

Pero eso era en el siglo XX. La resaca de la Gran Crisis de comienzos del XXI está dejando al descubierto las fallas de legitimidad social del sistema (bulimia funcionarial) y la pérdida de sentido de la joint venture político-mediática (un negocio descoyuntado). La internacionalización económica y el ecosistema digital no hacen sino agigantar esas realidades y dejar a esa nueva entidad antropológica denominada individualismo colectivo sin ministros del culto social, de tal manera que las organizaciones que un día vertebraron el Estado del Bienestar (instituciones, empresas, comunidades) se ven hoy abocadas a una encrucijada (impugnación o reforma) que deben afrontar en soledad.


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