La diferencia entre la Historia y el periodismo es una mera cuestión de escala. No en vano uno de los mejores libros de Kapuscinski se llama ‘Viajes con Herodoto’. Solo soy capaz de balbucear algo tras el amanecer postelectoral en la sabana andaluza si recurro a esa idea: es un asunto de escala. Si miro la realidad relativa al nuevo Gobierno de la Junta, al tablero parlamentario, a la pulsión de la calle y a cómo queda ahí la cuestión de la sanidad desde la proximidad inmediata, no entiendo nada. Si me alejo y tomo perspectiva, entiendo algo más. Es como si hubiese dos maneras de enterarse de dónde está la hiena con la carroña. Una, preguntarle al guepardo; otra, subirse a un baobad para mirar. Prefiero la segunda, sin duda.
Dejando aparte el limbo de los cien días de cortesía, cuya justificación ha quedado desbordada por lo inédito del cambio político y las incertidumbres y expectativas generadas, la sacudida tectónica que ha experimentado la arquitectura política y social andaluza tras las elecciones del 2D de 2018 ha abierto una falla. Por esa grieta escapan los vapores del infierno de quienes lo han pasado mal durante los años del socialismo y de quienes ahora lo van a pasar peor porque han cambiado las tornas. Vendetta. Demolición. Resentimiento. Bombas lapa. Chungo. Estulticia incapaz de distinguir entre el hacha y el bisturí.
Pero la mera aparición de la falla implica una necesidad de una nueva cartografía, de registro de los nuevos accidentes del terreno, de mapeo de lo previamente inexistente. Porque impugnar la geografía es negar la realidad. Sevilla no es Andalucía (caso de estudio) y eso es interesante, especialmente para que se escuchen los relatos que proceden del este del Bajo Guadalquivir. Es posible pasar del concepto de subvención al de dotación. Quizá si se le facilita a la gente la posibilidad de articular su vida desde la soberanía de la propia mayoría de edad, virando hacia lo social-liberal (Hayek y Piketty pueden convivir), recuperando el viejo principio de una subsidiariedad sensata (que es la generosidad inteligente del Estado de la democracia de partidos para refrenarse en sus ansias de ingeniería social), quizá si ocurre eso los indicadores macroeconómicos le vuelvan a dar a Andalucía, un territorio todavía densamente poblado y del tamaño de Portugal, una oportunidad que merece tener.
Quizá un error importante del PSOE haya sido utilizar en 2018 un mapa desactualizado, no haber sabido leer el cambio social, creer, porque ha querido creerlo, que la realidad política, económica y social andaluza era sustancialmente la misma que la de los primeros años 90; doy fe de que así ha sido al menos en algunas áreas esenciales de la política sanitaria. Precisamente, uno de los riesgos del nuevo Gobierno es seguir usando ese mismo mapa: actuar en sanidad como si el tiempo no transcurriese, quedarse a vivir en las huelgas médicas de las subidas lineales de sueldo, en el fatalismo plano de una ciudadanía inexistente, en la traición de los notables y en el culto a la cacharrología (la tecnología nunca es neutra) que tanto daño han hecho a una organización, el SAS, que estuvo a punto de culminar su transformación en sistema y se quedó a las puertas del sueño de la gestión clínica por no confiar en el profesionalismo, en el conocimiento tácito (Sennett) que reside en la cultura artesanal de profesiones que son a la vez un arte y una ciencia; en una carrera profesional verdadera y coherente, en un primarismo que es la base de toda la legitimidad social de la sanidad pública. Porque hubo un momento en el que los profesionales de la sanidad (campana de Gauss: 20% pa matarlos, 20% para ponerles un monumento y 60% que simplemente hacen su trabajo) creyeron que el Sistema Sanitario Público de Andalucía era suyo, no del PSOE. Y asumieron, con grandezas y miserias, los sacrificios que intentaron sortear el serio riesgo de estrangulamiento al que se enfrentó el SSPA en la Gran Crisis del año 2012. La decepción de lo que vino después fue peor. Nadie creyó más en una religión muerta ni confió en los sacerdotes de un templo vacío.
Hay quien para saber en la sabana dónde están la carroña y la hiena le pregunta al guepardo. Yo prefiero subirme a un baobab y buscar. Cuestión de escala. Sin periodismo, se dice, no hay democracia. Pero también es cierto que sin Historia no hay fuentes de sentido.
Photo credit: .Kikaytete.QNK on Visual Hunt / CC BY-NC-ND
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