Mientras la ciudad duerme, las criaturas asustadizas podemos subir a la superficie, contemplar tranquilamente las portadas de los diarios y oír de fondo la melodía matutina del afilador de cuchillos de la opinión publicada. ¿Publicada, dónde? ¿Quién fue el listo o el malvado que empujó hacia las denominadas redes sociales a las organizaciones de voz metálica y, con ellas, a los medios, perdón por la redundancia, sin saber qué estaban haciendo? ¿Por qué no se leyeron antes el Manifiesto Cluetrain?

Mientras la ciudad duerme en fiestas, se puede confiar en que un buen amigo te escriba desde Bruselas comentando sus últimas lecturas de los clásicos rusos y su nombre se convierta en contraseña ante el expositor de cualquier librería para poder escoger con sabiduría, tanto que leer y tanta nada en edición.

Mientras la ciudad duerme la juerga, puede uno ir despidiéndose sin prisas de viejas banderas mil veces traicionadas que hace ya tiempo cayeron en la irrelevancia. Y no hay nada más aburrido que una bandera irrelevante.

Mientras la ciudad sestea, de la línea de sombra sale aquel lema del ciberpunk español: haz un hermoso blog que sea parte de una hermosa vida.

Mientras la ciudad duerme contándose a sí misma lo que se debería hacer con sus problemas, mis semejantes y yo construimos una comunidad en galerías olvidadas del hormiguero. A base de rozarnos, discutir, compartir libros, podcasts y menús del día y sonreír juntos ante los muñecos de alambre a los que llamamos proyectos y que un día quizá sean de utilidad para escribir un buen manual de bricolaje social.

Y para eso sirve Internet.


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