No hace mucho alguien que está en la pomada del negocio de la comunicación me relataba una experiencia de pánico vivida por la creme de los editores españoles de periódicos. Reunidos en uno de esos lugares elegantes donde se deciden las cosas, todos atendían a la masterclass de un megaexperto norteamericano del sector, que les explicaba que jamás un periodista español de plantilla volverá a cobrar lo que se cobraba hace diez años simplemente porque el negocio está en quiebra, a pesar de que durante la crisis las empresas se han desprendido de 12.000 puestos de trabajo en los medios españoles y del rescate oficioso (pero real) de los periódicos, que no ha dado resultado. Vuelto el rostro hacia el maná de la monetarización digital que no llega, el sabio americano les señaló el futuro: los textos ya los están escribiendo los robots y los lectores no aprecian mucha diferencia. Silencio atronador en la sala y remoción de líderes en sus asientos.

Sin embargo, aceptar que vivimos en un mundo en el que el valor de mercado del texto informativo tradicional tiende a cero no tiene por qué ser una condena al suicidio colectivo de los detentadores de la mitología del oficio periodístico. La Fundación Nieman de la Universidad de Harvard acaba de publicar una interesante revisión de los experimentos de automatización llevados a cabo en medios tan prestigiosos como el New York Times, donde trabajan 1.100 personas en la redacción. En un planeta donde los usuarios de WhatsApp superan los 1.200 millones de criaturas, sí que es suicida afrontar ese desafío contraponiendo un mero relato textual pretendiendo creer que de esta manera, con la simple autoridad de una firma o de una cabecera, se sigue llegando con eficacia y eficiencia a quien está al otro lado de la comunicación.

Andrew Phelps, autor de esa revisión de la Fundación Nieman, aporta en este sentido una clave interesante: no hay problema en que los bots se hagan cargo de elaborar información basándose en algoritmos. Porque los periodistas que habitan en las redacciones podrán quedar liberados, entonces, para dedicarse a la interacción humana, persona a persona, con los lectores, aportando valor allí donde no llega el algoritmo. Para ello es necesario que se dé una mutación, una de las muchas necesarias, en el genoma profesional: dejar de ser profetas para ser pastores, compañeros de viaje, de la comunidad. Que es una manera de decir que los bots y la espectacular reducción de costes que su uso conlleva en el modelo tradicional de negocio son en realidad una gran oportunidad para que recuperar la empatía con el público y refundar la viabilidad empresarial sobre el prestigio que, persona a persona, otorga libremente la interacción humana con la comunidad.


 

Foto: Nieman Foundation.