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El pasado mes de junio, bajo la presidencia lituana de la Unión Europea, se celebró en Riga la Universal Healthcare Conference. Ese encuentro estuvo respaldado por dos organizaciones de pacientes (EFP y EPHA) y otras dos de la industria farmacéutica, EGA y Efpia. De ahí salió la Hoja de Ruta de Riga, un documento que puede ser algo más que una declaración de intenciones y que acaba de hacerse público.
En ese documento se tocan temas bastante previsibles (sostenibilidad, acceso, innovación) y algún otro que parece indicar que las cosas están cambiando. Ahí se habla de participación ciudadana no ya en cuanto al autocuidado de la salud o a la expertise del paciente: se toca ya material sensible, se habla directamente de co-diseño de sistemas y servicios. Y eso, básicamente, lo que produce en la cultura tradicional de la gestión y de la política sanitaria es desconfianza. Recelo. A veces, miedo. Mucho miedo. Y es lógico. Debajo de todos los discursos edulcorados sobre la participación ciudadana se esconde una realidad innegable: la participación es una transferencia de poder y quien tiene el poder no lo cede jamás de buen grado.
A tenor de la Hoja de Ruta de Riga, parece que la industria y los pacientes comparten ya escenarios de interlocución para hablar de todo esto. Al fondo, la clamorosa ausencia de la política y la gestión sanitaria en la elaboración efectiva de relatos emergentes como éste.
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