La vida, que a veces es la puta vida, impone una medida universal e inimpugnable del compromiso de cada cual con un determinado proyecto: la libra de carne que Shylock quería cobrarse, loncheando el pecho de Antonio, como pago de una deuda pendiente.
Toda construcción humana que se despliega en lo común afronta el desafío de la libra de carne: ésa es la medida del compromiso de cada cual. Ningún proyecto que se alimente de las sobras (en tiempo, recursos, energías, afectos) puede dar cabida a los aullidos de la verdad, porque ahí falta el grito, el dolor de la libra de carne que se pone sobre la mesa.

Los proyectos verdaderamente rompedores, innovadores, se alimentan de la dación no de lo que se posee, sino de lo que se es. Lo he visto mil veces en la política, en la alta dirección de organizaciones complejas, en el devenir cotidiano de los movimientos sociales, hasta concluir (esto no se explica en ningún máster) que es precisamente el pago de la libra de carne lo que abre la puerta de cualquier proyecto humano a la innovación.


 

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