Fotografía: Jesús Serna, WikipediaAlgunos derechos reservados.

Alfonso Pedrosa. Debe existir algo parecido a una memoria cultural. Mecanismos de respuesta y adaptación que se ponen en práctica sin saber que son reediciones de hallazgos antiguos. Milenarios. Si existen, creo que esos mecanismos se disparan ante situaciones de estrés de la civilización que ha acunado esa memoria. Me he acordado de todo eso al leer cómo el mundo rural francés está recuperando los bienes comunales: los bosques, los prados, para el pastoreo y la silvicultura. Con el nuevo lenguaje de la eco-economía, desde luego, pero despertando ecos que se remontan muchos siglos atrás, a los tiempos de las comunidades campesinas de la Edad Media. Quizá a las instituciones políticas, a las organizaciones más dependientes de un determinado relato sobre la idea del bien común (los sistemas públicos de salud entre ellas) les esté ocurriendo algo parecido: hay ganas de reconectar, de que emergan mandatos reales de la comunidad. Hay ganas; y miedo.

Al hilo del revival comunal francés, me he acordado también de los tiempos en los que Castilla todavía no era un condado independiente: las leyes y su cumplimiento dependían del lejano Reino de León y de las compilaciones normativas del Liber Iudiciorum. Hubo un momento en que los pastores, campesinos, mercatores, bellatores y señores castellanos, allá por el siglo IX, se cansaron de una Administración que no escuchaba y que estaba muy lejos. Y decidieron organizarse por su cuenta: juzgando sus pleitos a su manera, conforme a las viejas costumbres. Se declararon independientes, quemaron en Burgos el libro de leyes leonés, nombraron a sus propios jueces y organizaron su Justicia en función de las comarcas.

Cuando Roma se hunde, la periferia se despierta. Y amanecen cosas nuevas que quizá no lo sean tanto. Hoy llamamos a todo eso rediseño cultural, ansias de transparencia, nueva arquitectura política, exigencia de una reescritura del contrato social. Las instituciones más sensibles al cambio del viento están incorporando ese lenguaje. Pero esto no es sólo una oportunidad para cambiar. Porque quizá sea la última vez que se les da cierto crédito para demostrar su utilidad, más allá de la pose, antes de echar al fuego los viejos libros en los que ya nadie cree.