Fotografía: galería Flickr de neofedexAlgunos derechos reservados.

Alfonso Pedrosa. Algunas señoras mayores de mi barrio están al borde del motín porque les falta Deanxit, "esa pastilla que cuando se me viene la casa encima, me la tomo y oye, me anima, ya es otra cosa: una puede salir a la calle y atender a sus cosas con otra cara".

De unas semanas a esta parte, no hay quien encuentre Deanxit en las farmacias de por aquí. Según la Agencia Española del Medicamento, existe un problema de suministro que se resolverá vía importación y que debe estar resuelto a primeros de marzo. Mientras tanto, he bicheado por curiosidad y parece que el medicamento falta al menos en lugares tan diferentes como MadridCastilla-La ManchaJaén o Sevilla. Y las voces de aviso y las preguntas de los pacientes han empezado a circular por la Red.

Seguro que el asunto se resuelve pronto y que no veré a las masas furiosas y enloquecidas por el síndrome de abstinencia asaltando boticas ni quemando contenedores por las calles. Pero esa anécdota, en un tiempo en el que las categorías se están yendo por el desagüe, me ha hecho pensar. Deanxit es un medicamento conocido (licencia en España de 1972, renovada en 2007), barato y presente, entre otros países (traigo aquí el ejemplo inevitable), en China. Quiero decir que probablemente sea un producto clásico tirando a antiguo pero seguro, accesible e implantado en el mercado. Y que cuando falta, se nota. Por otra parte, estamos hablando de un medicamento que actúa en el sistema nervioso central, no es ninguna chuchería (por eso, supongo, se dispensa o se debe dispensar bajo receta).

Hemos incorporado a nuestra vida tecnologías complejas (los antidepresivos y los neurolépticos lo son) y sentimos miedo cuando desaparecen de nuestro entorno cotidiano. Imaginemos un mundo sin medicamentos y despertaremos en mitad de Mad Max.