Juanma Cáliz. De un tiempo a esta parte me he empezado a fijar que en los parques públicos, al menos en los de una extensión importante, hay cada vez más personas mayores que practican deporte en los aparatos de mantenimiento físico que existen al aire libre. Un hecho que, unido al éxito del carril bici y al cambio progresivo en la concepción de una ciudad al servicio del peatón y no del automóvil, me ha dado que pensar en si no son verdaderamente estos cambios los que en pleno siglo XXI más inciden en una mejora de la calidad de vida de todas las personas. Y con ello no quiero restarle valor a los avances en el control de las enfermedades o en la riqueza de arsenales terapéuticos.

En esta población diana entiendo que la mejora más pronunciada debe de encontrarse en sus indicadores de morbimortalidad, además de sentirse más fuertes física y emocionalmente, mientras que en los más jóvenes y en los que nos encontramos a medio camino entre una y otra etapa de la vida creo que la mejora más perceptible es en términos de salud mental (sobre todo por abandonar la jungla de asfalto).  Y en éstas que me he acordado de una maravillosa historia que visioné no hace mucho de Mick Cornett, alcalde de la ciudad de Oklahoma, acerca de como una ciudad obesa perdió casi medio millón de kilos. La historia, de la que @alfonsopedrosa se hacía eco a través de @joseavil, me ha hecho redescubrir una ciudad más afable.