Alfonso Pedrosa. Me llega el informe de evolución de la resistencia bacteriana que el Consejo General de Colegios Oficiales de Farmacéuticos distribuye en papel a través de los colegios provinciales y, pardiez, que me ha llamado la atención. Un indocumentado como yo maneja habitualmente el relato usual sobre las resistencias a los antibióticos en España: a saber, un problema serio que está dejando a la Medicina sin arsenal terapéutico ante las infecciones y cuyas causas estarían relacionadas con un país adicto al pastilleo, ciudadanos irresponsables que no cumplen los tratamientos, médicos (básicamente los de Primaria) de bolígrafo rápido en la prescripción y boticarios desahogados que dispensarían esos medicamentos sin receta a la vista.
 
Pero resulta que los datos, sin desmentir la veracidad de algunos de los elementos del fondo de ese relato, desmontan alguna que otra leyenda urbana y señalan la existencia de un chivo expiatorio convenientemente colocado en el centro de la escena. Es verdad que el 90% de las recetas de antibióticos se expiden en Primaria, pero en España no hay un consumo superior al de la Unión Europea en receta ambulatoria. Exactamente 20,09 Dosis Diarias Definidas (DDD) por mil habitantes y día. Una dosis y pico diaria menos que la media de la UE. La prescripción en Primaria y la dispensación en las farmacias son ámbitos sometidos a controles (básicamente por razones de gasto público en medicamentos) que llegan a ser asfixiantes: pero se les acusa con demasiada frecuencia de casi todo lo que haya que acusarles. ¿Y los hospitales? Ah, faltan datos, no hay tanta información como la disponible para Primaria. ¿Y la adherencia terapéutica por parte de los pacientes? Ah, la dimensión comunitaria de la salud y la transferencia de poder y responsabilidad a los pacientes es un asunto de frikis.
 
Pues eso.