La reciente noticia de la ocupación por parte de una autodenominada milicia ciudadana de una instalación federal en una reserva natural de Oregón, el Malheur National Wildlife Refuge, como protesta frente a la «tiranía» del Gobierno, es uno de esos relatos en los que la mitología funciona de maravilla en los medios de comunicación y en quienes los consumen como principio ordenador de la lógica cotidiana: la independencia libertaria de los pioneros del Viejo Oeste; los ganaderos y granjeros hechos a sí mismos; los hombres libres de una cultura patriarcal que se rebela contra el poder de Washington que en el fondo busca empobrecer a los ciudadanos para controlarlos mejor.
La Administración federal tiene claro que no va a entrar en un enfrentamiento armado con la milicia. Ni siquiera el FBI, o a quien le toque gestionar el marrón, en principio, va a aparecer por el refugio de aves migratorias que Ammon Bundy y sus colegas han ocupado (ésa es la instalación federal en cuestión). Simplemente, el Gobierno esperará a que esa gente se canse y vuelvan a sus casas. Deseo de corazón que sea así.
Mientras tanto, me he encontrado en el Pacific Sandard un lúcido análisis del tema, firmado por Aaron Bady, que contiene una reflexión que me ha hecho pensar en la enorme potencia del proceso de instalación en la mente de un individuo de la conciencia de poseer un derecho político, social o económico.
Para los ‘rebeldes’ al Gobierno, la tierra es suya porque desde el principio así fue: sus antepasados levantaron allí sus granjas y allí criaron su ganado y Obama no es más que un criptosocialista (ese término tiene un sentido absolutamente radical en EEUU) que quiere acabar con las libertades consagradas en la Constitución. La misma reserva de aves en cuestión existe porque esos terrenos fueron irrigados por los granjeros y crearon ese paraíso natural. De hecho, la chispa que ha encendido este conflicto es la condena de dos granjeros, padre e hijo, por meterle fuego al campo arguyendo la necesidad de eliminar plantas invasoras (¡y riesgo de incendios!) en su propiedad.
Básicamente, Bady desmonta la legitimidad del discurso adánico de la milicia de Oregón apelando a la Historia: antes de los pioneros, anduvieron por allí exploradores españoles en el siglo XVI, tramperos canadienses, tropas británicas de la guerra de 1812 y el mismísimo poder federal con la instauración del Estado de Oregón en los años 50 del siglo XIX. Ammon Bundy y sus milicianos consideran, básicamente, sin embargo, que antes de sus epónimos no había nada y que el Gobierno es un intruso. Ignorando, entre otras cuestiones, la limpieza étnica que hizo posible la liquidación de los indios, la compra de tierras al Gobierno por parte de los magnates del momento en torno a 1870 y, también, la posterior venta de tierras por parte de sus descendientes a ese mismo Gobierno que ahora es el enemigo cuando la estructura económica tradicional entró en declive.
Fudamentalmente, pues, el relato de los milicianos de Oregón es un revisionismo. Una mitología que constituye el marco de legitimidad subjetiva para reclamar un derecho apartando los episodios del relato que cuestionan su lógica interna. Pero esa legitimidad debe ser compartida, poseída en común por la sociedad, para poder pervivir. A pesar de ello, todas las estructuras de derechos sociales, políticos y económicos fundamentadas sobre el revisionismo histórico tienen cimientos de arena: acaban encallando en la irrelevancia o estrellándose en el conflicto.
Hoy hay muchos casos de fuerte conciencia subjetiva de poseer derechos y la mayoría se fundamenta en revisionismos, en relatos torcidos del origen y el sentido de las instituciones, que han acabado secuestrando el concepto de bien común. Por eso, cuando se habla de la sostenibilidad de un sistema sanitario público, de la viabilidad de un sistema de pensiones, de la crisis de los sistemas de gestión de la representación, de reformas administrativas en general y, por supuesto, de estrategias de activismo ciudadano, es importante someter a cada propuesta a un chequeo de calidad que dé razón de su coherencia. La piedra de toque de ese test de calidad es la integración en el relato que justifica la reclamación de un derecho de todos los episodios que forman parte de él, sin orillar la parte del razonamiento que no interesa porque impugna la legitimidad de ese derecho, con la honestidad necesaria para encontrar el hilo de la madeja del relato sobre el origen y el sentido de los derechos, lleve a donde lleve. Pero eso sólo es posible sustituyendo los rifles y la demagogia por espacios reales para la deliberación y por información no filtrada, fértil para la levadura impredecible del conocimiento.
Las administraciones, colectivos, organizaciones e instituciones que hoy andan en la melé del debate en torno al Estado del Bienestar en España y en otros países donde se llegó al pacto de derechos sociales, políticos y económicos a cambio de dejar tranquilos a los palacios de invierno y a sus inquilinos, podrían sacar alguna conclusión interesante de todo esto. No jueguen con la gente, no jueguen con la información: se les puede volver en contra.
Photo credit: USFWS Pacific via Visual hunt / CC BY. Pile Burning at Malheur NWR.
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