Fotografía: post de referencia.
Redacción Synaptica. La foto lo dice casi todo, pero digamos, al menos, que aparece en un reciente post del Boletín Informativo de la Sanidad Pública. La historia hubiera podido ubicarse en cualquier lugar de España. La investigación como apuesta estratégica, bla, bla, biomedicina de vanguardia, bla, bla, bla, centro de referencia internacional, bla, bla, bla. Eso dice el discurso político generalizado, sin que, muchas veces, vaya respaldado por compromisos reales de apoyo al trabajo científico. Y hasta que el asunto no sale en los papeles, nadie hace nada. Ése es el caso de la Unidad de Investigación del Hospital Universitario de Canarias, que hasta que no contó la historia La Opinión de Tenerife nadie conocía a nadie y los investigadores tenían que hacer parte de su trabajo en un pasillo de la Escuela de Enfermería. ¿A que todos conocemos a más de un investigador que trabaja en los espacios del hospital que nadie quiere? ¿O en las caracolas adosadas al tanatorio? De sueldos, ni hablemos. Hay grandes instalaciones científicas en España, es verdad. Equipos de investigación muy bien dotados económicamente. Cierto. Pero, debido a que el criterio de selección de la financiación pública viene mediado por razones de oportunidad política las más de las veces, los disidentes se ven abocados con frecuencia al cuarto oscuro de la mercadotecnia científica. Hasta que los saca de ahí la serendipity de un pelotazo en una revista high level oportunamente logrado y de inexcusable impacto social y alguien decide hacerse una foto junto a un tipo raro de bata blanca. Lo dijo Cajal hace más de cien años, en sus notas recogidas en 1898 en Ciencia original y ciencia copiada: "Los grandes males de la ciencia española son que nadie, ni Gobierno, ni periodistas, ni particulares, distinguen entre el vividor, el iluso y el investigador legítimo".
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