Alfonso Pedrosa. Si haces las cosas bien, serás rey. Si no, chungo: puedes perder la corona y la cabeza. Esa bofetada en el rostro del poder tiene bastantes siglos de antigüedad. Está en el Policraticus de John de Salisbury (siglo XII) y puede rastrearse antes y después en la larga tradición de la filosofía política europea. Me gusta, por lo que tiene de ética con consecuencias. Últimamente, dándole vueltas al papel del Estado en la viabilidad del Sistema Nacional de Salud (SNS) y a la importancia del concepto de lo público, he vuelto a recordarla. Me parece interesante traerla a colación como tercera pieza de deconstrucción de los anclajes conceptuales que entiendo sustentan el sentido del SNS en un momento en el que se cuestiona la misma lógica de su existencia.

 

La fórmula más recomendada hoy para los procesos de sustitución y control en el ejercicio del poder ya no es el tiranicidio, sino el juego electoral. Desde que los reyes dejaron de ser personas sagradas (excepto cuando van a curarse la tendinitis a la privada), los seres humanos se quedaron solos con su ética para enfrentarse a las miserias del mundo. Y es la ética, más aún que el miedo a ser devorados, lo que hace que las cosas funcionen: la gente decente que vive emboscada en las selvas impenetrables de empresas e instituciones.

 

Ocurre que, cuando cualquiera pregunta por las grandes o pequeñas corruptelas que han ido minando el sentido de pertenencia y el compromiso de quienes trabajan dentro de las organizaciones del SNS, la respuesta es que nadie tiene la culpa. Es el sistema: el vacío que ha quedado en las instituciones después de la fuga colectiva de la responsabilidad individual. Si no hay culpables, si nadie se hace responsable de lo que hace, no hay solución. Ya no hay ética con consecuencias. Da igual que hagas las cosas bien o mal. Es indiferente. Es el sistema. Uno empieza colando a un primo segundo en la lista de espera del especialista y termina justificando sin mala conciencia un desfalco millonario en un concurso de proveedores.

 

Bien. Ahora parece que cruje el sistema. Y con él, el SNS. Es posible que tras el vendaval se redefinan la esencia del Estado y el alcance de sus atribuciones; que, en términos prácticos, los mecanismos de financiación y cobertura del paraguas de protección social en España no vuelvan a ser como fueron. Pero no habremos aprendido nada si en el corazón de la fuente de bombeo de la recapilarización social no se instala el concepto de responsabilidad individual. La ética con consecuencias. Asumir que sí pasan cosas cuando las cosas se hacen mal.