cc, atribución, sin obra derivada Galería Flickr de _joshuaBENTLEY.

Redacción Synaptica. Hace algunos años, cuando todavía sesteábamos al comienzo de cada verano delante de la tele viendo el Tour después de comer, había bofetadas para conseguir una de esas pulseras amarillas tan chulas con el mensaje LIVESTRONG rehundido. Aquello hablaba de tesón, de lucha, de deporte, de victoria sobre el cáncer y de alineamiento con lo mejor del ser humano. Era cool llevar la pulsera amarilla de Lance Armstrong tan difícil de conseguir, al menos en provincias. Alguna llegó entonces a quienes hacían información sanitaria en un puñado de redacciones de periódicos locales, como parte de alguna campaña, probablemente relacionada con la industria farmacéutica, alguna sociedad científica o las dos cosas. Hubo que pedir más pulseras: los muchachos de las secciones de Deportes se las quitaban de las manos a los redactores de Sociedad, encargados habitualmente de los temas divulgativos sanitarios. Aquello tuvo éxito: hasta ayudaba a ligar. Todavía se ven pulseras amarillas por ahí, incluso colgadas en las botellas de los estantes de algún antro tabernario de estilo irlandés.

Ahora hemos vuelto a saber de LIVESTRONG gracias a Casey Hibbard, que se escribe un gran post en el Social Media Examiner. Entre otras cosas, Casey cuenta cómo la iniciativa de Lance Armstrong y su pulsera amarilla se han convertido en un gigante recaudatorio del panorama non profit estadounidense y, últimamente, en un ejemplo palmario del poder de convocatoria de las redes sociales en Internet cuando el asunto gira en torno a la salud. Es verdad que detrás de la iniciativa está un icono deportivo internacional, pero también lo es que no basta dejarse hacer fotos en actividades benéficas para recaudar 10,8 millones de dólares en donaciones en 2009.

Lance Armstrong suma casi 2,5 millones de followers en Twitter y sólo sigue a 181 twitteros. LIVESTRONG tiene más de 800.000 fans en Facebook. Eso entra dentro de la lógica del star system: no es, salvo por la espectacularidad de los datos, una gran novedad. Pero que @livestrong cuente con el respaldo de 63.000 followers y que esa cuenta de Twitter sea follower de una cifra equivalente es otra cosa: ahí hay un trabajo personal. Una persona que habla y que escucha.

Lo de la pasta casi se explica solo conociendo la fuerza del entramado institucional de la sociedad civil en EEUU. Lo de la potencia de LIVESTRONG en Internet, menos. Ahí ha tenido Casey Hibbard la inteligencia de poner bajo la luz de los focos a Brooke McMillan, empleada desde hace seis años en la Lance Armstrong Foundation y desde hace uno dedicada a tiempo completo, siete días a la semana, a la comunidad online. McMillan dice que, en su experiencia, ha aprendido algunas lecciones. Una de ellas es que los medios sociales nunca duermen. Otra, que una cuenta de Twitter no es un lugar para colocar mensajes institucionales, es tener una voz personal. Y otra, que, en Internet, tan importante como hablar es escuchar.

No está mal. Nada mal. Ahí va el post completo de Casey en el Social Media Examiner. Tomamos nota.

Habrá que volver por la taberna irlandesa donde quedaron esas pulseras y pedirse una cerveza negra con espíritu contrito, a ver si esta vez alguien de la prensa se estira con alguna donación. Por favor, otra ronda a la salud del Manifiesto Cluetrain.