Alfonso Pedrosa.  El resultado es el proceso. Esa idea se la he leído a Manuel Castells en el cuarto a espadas que echa por las denominadas nuevas revoluciones sociales en Redes de indignación y esperanza: las tediosas deliberaciones y la inconcreción de propuestas prácticas del 15M español o de Occupy no acaban en un punto ciego. Tienen un poder transformador real: el cambio en las personas. Estar juntos, rozarse, compartir ideas y sentimientos, hace pensar, aunque agote. Y aparece entonces la viralidad como consecuencia, no como premisa. Eso es algo que les cuesta entender en general a quienes están al mando del cotarro. Por eso, precisamente, les da tanto miedo que en ese tipo de historias nadie quiera estar al mando. Por eso no entienden que en el caos no hay error, Radio Futura dixit, como acaba de recordárnoslo el canto trasnacional que ahora se oye en Brasil. Ya nada será como antes, se dice. Claro. Porque se ha producido una transformación en la manera de vivir de las personas y en su manera de intervenir en la realidad. Quizá precisamente eso ayude a entender que una parte de esas energías sin encauzar no hayan desaparecido en realidad, sino que es posible que se hayan canalizado a través de acciones con objetivos menos difusos, como el voto en blanco o las mareas.

La deliberación en sí misma es un motor de cambio. Siempre que esa deliberación sea real. Efectivamente, el resultado es el proceso. No tiene sentido esperar soluciones procedentes de productos de intervención social, política o cultural diseñados en cualquier factoría Disney, que vengan empaquetados, con su manual de instrucciones y listos para usar. Ya no hay mercado para eso. Lo veo cada día en las instituciones, las empresas, las organizaciones con las que me rozo en la calle, en los despachos, en la cola del pan. El resultado es el proceso. Y ello obliga a sentarse con la gente, escucharla y decir la verdad.