Alfonso Pedrosa. La Fundación Bamberg ha presentado recientemente su Modelo de Futuro de Gestión de la Salud, un informe elaborado con la colaboración de más de cien expertos del sector en el que se plantean algunas reflexiones interesantes y un puñado de afirmaciones contundentes que, de llevarse a la práctica, sencillamente harían que el SNS español no lo conociese ni la madre que lo parió. Es uno de los rumbos posibles del sistema, aunque no el único.

La presentación del informe ha tenido su repercusión en los medios especializados y generalistas pero, dado el calado de los cambios que se proponen en ese documento y el perfil de quienes los plantean, me parece que vale la pena echarle un vistazo despacio a esos papeles y ayudar, en la medida de lo posible, a que lo que tenga que pasar no suceda en silencio. Básicamente por quedarme tranquilo y tener la oportunidad de compartir con la gente, esa gran ausente de todos los grandes diseños estratégicos, algunos chispazos de ideas y debate.

El documento está elaborado bajo la inspiración de un amplio grupo de expertos de perfil político, académico, empresarial y profesional que han tenido o tienen mando en plaza en sus respectivas instituciones. No necesariamente suscriben lo que se dice en el informe, pero es innegable que la credibilidad del mismo está asociada al prestigio y la relevancia de esas personas. Llevando esta reflexión a un extremo práctico, entre esos expertos hay quienes se adscriben a sensibilidades próximas y/o militantes ligadas a cualquiera de las dos grandes marcas electorales de la política española; esto es, con visos de poder aplicar en acciones de gobierno los postulados del documento, independientemente del partido que gane las elecciones. Cualquier experto disconforme con lo que ahí se defiende podría haber pedido que lo borrasen de la lista. Luego, cabe deducir que quienes están, están.

El informe tiene 241 páginas, 13 capítulos y cinco anexos. Me he entretenido en mirarme particularmente despacio, para comentarlos, cinco capítulos y un anexo, que iré posteando, si me da la vida, en entregas sucesivas. A saber: los capítulos dedicados a la definición general del modelo propuesto, la política sanitaria, la financiación del aseguramiento, el marco económico y la gestión farmacéutica; y el anexo dedicado a la farmacia. No soy experto en ninguna de esas disciplinas. Pero me gusta aprender y contar historias. Especialmente cuando éstas tienen que ver con la vida de la gente. Y la de este informe, pardiez, nos afecta a todos. Aunque todavía no tengo muy claro si esto sólo lo arreglamos entre todos o sólo lo arreglamos sin ellos.

Bien. El documento pretende, nada más y nada menos, que propiciar un nuevo "modelo de comportamiento", un "cambio de paradigma" que garantice a la vez el acceso de la población a una asistencia sanitaria de calidad y no sólo la viabilidad de los mecanismos asistenciales, sino su misma existencia como actividad económica y fuente de riqueza. El sistema actual de preponderancia de lo público sería inviable, caduco, político-dependiente, innecesariamente complicado (básicamente por el hecho autonómico) y, lo que es peor, taponador de energías tendentes a ayudar a la recuperación económica del país. Esto se hunde y la única manera de salir del paso es una transición desde el Estado del Bienestar a la Sociedad del Bienestar que, gracias a una combinación sinérgica entre el control gubernamental y el libre intercambio de bienes y servicios, garantizaría un mínimo razonable de derechos universales en el ámbito sanitario. Yo no sé si esto es bueno o malo, pero sí que estoy seguro de que la gente tiene que saber lo que se cuece y que este debate tiene que capilarizarse al máximo si el rediseño resultante aspira no sólo a la legitimación por parte de los mercados, sino de la misma sociedad.

De entrada, el planteamiento de la necesidad de un nuevo modelo suena un poco a canción conocida, la misma música, pero con otra letra: visión integral de la salud, la Medicina de Familia como base, defensa de la equidad, ciudanano-paciente como centro del sistema… Como Alma Ata y por ahí. Pero no. No es Alma Ata. Ni de lejos. Aquí, la ideología es un lastre con el que nadie va a cargar. Sin embargo, con todo respeto, me permito recordar que en los fundamentos de los sistemas de cuño europeo hay bastante de pacto social: las masas de desarrapados renuncian a asaltar los cómodos salones del Palacio de Invierno y a cambio se les da protección social. Por eso, recordar que la sanidad pública es una conquista social no es  apelar a una metáfora. Dos guerras mundiales (sobre todo, sus postguerras) y la historia del movimiento obrero se encargan de recordar los costes de ese tipo de conflictos. Si la ideología (vale decir, cierto armazón ético que fundamenta la toma de decisiones) desaparece, la legitimidad del sistema a través del mercado va a durar lo que dure la eficacia narcotizante de los últimos mensajes de masas que siguen controlando la agenda social. Algún día dejarán de ser creíbles las coronaciones de las princesas del pueblo y la ración cotidiana de pienso mediático gratis total. Y en tiempos de crisis, cualquiera tiene un mal despertar y le da por hacer cosas que nunca se le habrían pasado por la cabeza.

Dice el informe en el capítulo del planteamiento general de la propuesta: "Necesitamos un modelo en el que las prestaciones a recibir por los ciudadanos estén en correspondencia con la capacidad financiera del Estado para atender a esta labor. Por ello es importante diferenciar las prestaciones relacionadas directamente con el mantenimiento y recuperación de la salud de las que no lo son. A la hora de administrar recursos escasos es más importante garantizar una atención rápida y eficaz en el diagnóstico y tratamiento de patologías mayores priorizándolas sobre prestaciones relacionadas con el confort o con patologías menores". Magnífico. Cualquiera con sentido de la responsabilidad se apunta a eso. Ahora bien: ¿quién va a decidir qué es importante y qué no lo es? Y, sobre todo, ¿qué partido político va a incorporar esta idea a su programa electoral? Y ahora, una interesante guinda del pastel: "Necesitamos un modelo en el que la provisión de los servicios sanitarios se realice por parte de todos los recursos, bien sean de propiedad pública como privada (…) No se trata de privatizar la sanidad, sino de utilizar herramientas de gestión dirigidas a conseguir resultados en salud, no a hacer actividades y asegurarse votos/adhesiones". Por supuesto, para eso hay que "evitar oligopolios, oligopsonios y situaciones de privilegio". En términos prácticos, "el Estado debe garantizar los servicios pero no necesariamente producirlos ni sobreproteger a quienes los producen". Esto es, competitividad, iniciativa emprendedora e innovación. Pero, al parecer, sin salvajismos: "Las situaciones de monopolio, oligopolio o monopsonio u oligopsonio [uuuy, mieditooo] son indeseables pues cercenan la competitividad y, por tanto, la creatividad y la innovación y, por todo ello, el tejido industrial. Por ello, el Estado debe regular el mercado para evitar estas situaciones y para garantizar la transparencia y comparación de los servicios, pero no intervenir en el mismo mediante la producción directa de bienes y servicios ni creando situaciones de privilegio".

"Nadie puede vivir por encima de sus posibilidades; ni las naciones, ni las familias, ni las personas (…). La capacidad de financiación determinará los límites de la cobertura". Con separación de la financiación, el aseguramiento y la planificación. Abriéndose este panorama, ¿quién quiere el chocolate del loro del copago? Pues eso. De repartir juego se encargará una interesante Entidad Pública Aseguradora, estatal y con funcionamiento autónomo: "El aseguramiento se realizará en concurrencia de las aseguradoras privadas y la pública". El Estado financia las prestaciones básicas como tomador de esos seguros y los ciudadanos deciden a qué aseguradora quieren pertenecer.

El dibujito que ilustra este post, pantallazo del informe original, explica más o menos claramente como funciona todo esto.