Acusaba la izquierda hace poco al consejero de Salud de la Junta de Andalucía (PP-Cs) de actuar como un comercial de la sanidad privada por dejarse fotografiar en un hospital de Quirón en Sevilla. Realmente, si se mira a la sanidad pública, con la Primaria arrasada, las plantillas de los hospitales habiendo llegado a un agotamiento de no retorno y el demencial sistema de bolsas de contratación en plena vigencia, la oportunidad de esa foto era cuestionable. Pero lo que no ha señalado la izquierda en sus críticas de voracidad privatizadora del consejero Aguirre (PP) es que muchos de quienes le pasean ahora por los centros privados eran, hasta ayer, sedicentes paladines del denominado Sistema Sanitario Público de Andalucía (SSPA). Y cobraban por ello.
Es verdad que no ha habido caza de brujas generalizada en el SAS con la llegada del PP. Sí se han organizado algunas monterías de descaste. Ceses ejemplarizantes. Pero poco más. Ha habido más tiros en el pie que disparos certeros.
Muchos de quienes estaban con el PSOE por mor de sintonías y favores, más que por plaza ganada en buena lid, siguen estando ahí. Eso ha evitado algunos trastornos y malestares. Pero ha inoculado el desencanto entre quienes, después de 37 años de PSOE en la Junta de Andalucía, esperaban algo más del denominado Gobierno del Cambio. El rédito electoral que deje todo esto, pronto se verá.
Eso no significa que el SSPA no haya cambiado, aunque en buena medida sigan las mismas personas ocupando puestos estratégicos. Sí, el SAS ha empezado a cambiar. A experimentar un proceso mutagénico que empezó trasladando el foco desde lo comunitario a lo individual y sustituyendo el discurso de los derechos sociales por el asistencialismo. Ante el silencio atronador (por incuria, ignorancia o cansancio) de casi todos.
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