Fotografía: galería Flickr de Daquella manera. Algunos derechos reservados.
Redacción Synaptica. Está feo decir palabrotas (oinsssss, qué cosas) en un hospital. O no. Daniel J. Zimmerman y Theodore A. Stern se han entretenido en analizar el uso de juramentos e improperios diversos en el ámbito clínico y parece que, en determinadas ocasiones, recurrir a los sapos y culebras de la jerga de cada cual puede ser útil. Incluso, para el paciente. Las observaciones de estos médicos del Massachusetts General Hospital han cuajado en un artículo publicado en Psychosomatics. El estudio, cómo no, ha llamado la atención del consejo editorial (o lo que sea) de Improbable Research y ya ha sido comentado en la blogosfera hispana, como es el caso del post de Pepe Cervera en su blog.
Como se ve que en Psycosomatics no controlan mucho eso del open access y sólo dejan ver sin pasar por caja el abstract del trabajo, le pedimos a Zimmerman hace unos días que nos contase algunas cosillas al respecto y, aunque, parece que no está claro que podamos colgar el pdf del paper for everybody así, a las bravas, sin que los malos nos busquen y nos encuentren, sí que podemos comentar la información que nos ha facilitado el buen doctor neoyorkino.
Zimmerman y su colega repasan y ejemplifican situaciones diversas en las que la mala lengua es la protagonista. Hay casos en los que el asunto está asociado a cuadros neuropsiquiátricos y cualquier profesional que trate a personas con estos problemas sabe, o debe saber, encuadrar la situación en la normalidad. También, en opinión de los doctores Zimmerman y Stern, cabe entender el uso de lenguaje ofensivo como un elemento que informa sobre la fase del desarrollo psicosexual del sujeto: Freud y el punto de vista del psicoanálisis, you konw.
Por supuesto, acordarse de los antepasados del jefe o de la jefa hasta la quinta generación y de todos sus hijos putativos en un contexto de cabreo es algo que también conoce cualquiera y no sólo dentro de las paredes del hospital; a esas situaciones también se refiere el artículo. Aspirantes a aportar información a propósito de un caso, pónganse a la cola. 馃槈
Dando un paso más allá, los autores también destacan la utilidad de un exabrupto a tiempo para generar empatía y hacer reaccionar al paciente, del tipo ya sé te han tocado las meninges y que las debes tener muy hinchadas, me pongo en tu lugar y te voy a ayudar en lo que pueda.
Y, por supuesto, el lenguaje malsonante también tiende puentes y salva distancias socioeconómicas: somos un poco más iguales si lanzamos venablos por la boca en determinadas situaciones, en plan todos estamos en el mismo barco. Así que, querido, ponte mirando pa Francia que te tienes que poner la inyección. Al menos, así ven el asunto Daniel y Theodore.
El paper de Psychosomatics da un toque, además, sobre las implicaciones legales del asunto, especialmente cuando al profesional se le calienta la boca y se le ocurre transcribir a la historia clínica o al informe del hospital la literalidad del duelo de florituras verbales que acaba de mantener con el paciente: es abono, nunca mejor dicho, para que prospere un litigio, si llega el caso. Y eso no es divertido.
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