Fotografía: galería Flickr de iane machado. Algunos derechos reservados.

Alfonso Pedrosa. Son ya varios cursos académicos en los que vengo teniendo el privilegio de impartir en la Facultad de Medicina de Sevilla un pequeño taller sobre medios de comunicación. Por razones fundamentalmente de disponibilidad de tiempo, procuro concentrar esas sesiones en un mes. Esta vez ha tocado enero, el mes que comienza con los regalos. Y, como pasa con los Reyes Magos, espero el resto del año a que llegue ese momento con una pizca de inquietud y mucha ilusión. Ese momento de dar y recibir tiene algo de sagrado. Percibir la energía vital que son capaces de transmitir los 150 estudiantes de Medicina con los que estoy compartiendo unas clases durante estas semanas tiene algo de emoción fundamental, honda, telúrica. Son personas que pronto serán médicos, que tendrán en sus manos la vida de otras personas. Asunto serio, vive Dios. Yo les cuento mi vida y ellos me cuentan la suya. Llego al aula (en graderío, casi vertical, imponente, de techos altísimos, hasta los desconchones destilan una tradición de siglos), monto el tenderete con mis trastos de titiritero y les ofrezco relatos de aventuras, historias de las cunetas, reflexiones en voz alta. Sobre su profesión, la mía, nuestros respectivos encuentros y desencuentros, los libros que ese año me han impactado, los versos que me han herido, lo que he aprendido por ahí. Aunque todo esto sucede dentro del marco formal de una asignatura, Medicina y Sociedad, cada vez que subo a la tarima y miro al tendido poblado de gigantes lo hago con la ilusión de ayudarles a pensar en abierto y a caer en la cuenta de que hay vida más allá del MIR. En el fondo, es un ejercicio de devolucionismo. Siempre salgo agotado y feliz de esas clases. Vacío. Hasta el año siguiente, en que regresaré a las aulas, si siguen siendo posibles estos encuentros, con el saco de buhonero hasta los topes y lo desparramaré en su presencia, ofreciendo mi mercancía recopilada de aquí y allá.

De un tiempo a esta parte, cada año les cuento historias sobre Internet, un poco abriéndoles una ventana a un mundo sobre el que casi nadie les cuenta casi nada en la facultad, un poco como ejercicio de renovación de mi propio mobiliario mental. Son días de especial plenitud. Disfruto con sus caras de asombro, de duda, de afirmación, de entusiasmo (a veces), de enfado, incluso, cuando se sienten interpelados demasiado de cerca. Pero, sobre todo, les vampirizo: es un espectáculo estremecedor asistir a la floración de una inteligencia que empieza a nombrar el mundo, un auténtico don saber que con lo que yo les aporte, ellos harán bricolaje, lo mascarán como un chicle y, lo más probable, lo escupirán después. Pero habrán pasado un buen rato y, quizá, habrán aprendido algo. Al menos, eso sí, habrán visto a un profesor que profesa. Y esa pasión, cuando se ha conocido una vez, ya no se olvida jamás.

Algunos años he pedido a los alumnos que definan los contenidos de una parte del programa y poder tratar, así, temas sobre los que manifiestamente dicen tener interés; otros, hemos abierto un blog para compartir la lectura de trabajos y sus comentarios; otras veces, les he pedido que sigan por la Red algún tema noticioso que les haya llamado la atención. Para este curso les he preparado una pequeña encuesta digital. Con preguntas sobre nuestras cosas: comunicación, Medicina, Internet. Ahora espero y cuento las horas hasta que llegue el momento de cerrar la encuesta y sumergirme en sus contenidos, en las historias que me voy a encontrar ahí. Su objetivo explícito, sin duda, es evaluar. Pero, en realidad, lo más interesante es saber, de primera mano, qué piensan 150 estudiantes de Medicina sobre las redes sociales, el uso de Internet en la formación pregrado o el acceso de los pacientes a los nichos de información tradicionalmente reservados al universo profesional sanitario. Espero, con ilusión, con ganas, ese día. Será el regalo de un conocimiento generado entre todos. Un magnífico regalo de Reyes. Que será de todos y, por tanto, estaré encantado de compartir.