Uno. Estamos en guerra. Una guerra postmoderna. Un grupo de intereses articulados en torno a la fortaleza del dólar ha decidido atacar a otro grupo de intereses organizado en torno al euro. Antes, mirábamos con cierta displicencia cómo se alargaba la distancia en términos de innovación entre ambas zonas de influencia. Ahora pisamos el escenario de la batalla mientras China cuenta divisas y va ocupando espacios en el último proyecto imperial de matriz geopolítica. El ataque al euro empezó con la infiltración de activos dolarizados de rentabilidad ligada a créditos de dudoso cobro y entró en una segunda fase basada en el acoso a los socios más débiles de la eurozona. En esa guerra hay muertos. Somos nosotros. Carne de cañón.
Dos. Somos pobres. Hasta donde nos alcanza la memoria, siempre lo hemos sido. La clase media española es una creación del Estado, explicable y explicada por la historia de un país que ha vivido en guerra civil, por poner unas fechas, digamos desde 1808 hasta 1981. Ese esfuerzo de lo público en la articulación de la convivencia ha transformado el lumpen en ámbito de derechos ciudadanos y ha liberado recursos de las economías familiares, que han podido dedicar al libre consumo la parte de sus rentas que, de otra manera, habrían tenido que destinar a inversiones en protección (seguridad, educación, salud) cuyo peso relativo en la vida real de las personas es muy superior al de la presión fiscal.
Tres. Jugarse un país a la única carta de la competitividad a costa de los sistemas públicos de protección social es antieconómico. Porque captura rentas de la clase media antes dedicadas al libre consumo: viejitos apartando lo de las medicinas del mes el primer día de cobro de la pensión. Descapitalizar la sanidad pública poniendo en circulación más porcentaje de las rentas privadas a través de bajadas de impuestos probablemente estimule el sector de negocio relacionado con la prestación de servicios sociosanitarios, pero en ese proceso se queda en el camino la equidad: el lumpen y las clases medias depauperadas. Nosotros.
Cuatro. Las comunidades autónomas, en sí mismas, no son ineficientes. La descentralización ha permitido capilarizar el acceso a los recursos públicos con un fondo compartido de reglas de juego comunes. Basta echar un vistazo al pandemonium cantonal de las webs de los 17 servicios regionales de salud para entender que la diversidad siempre ha garantizado la equidad esencial en el acceso de las personas a la prestación sanitaria pública, aunque se ejecute en muchos casos con medios privados. Han sido las peculiaridades de cada territorio las que han determinado que el problema de viabilidad de fondo (la infrafinanciación estructural) se haya expresado de maneras distintas: acumulación de deuda a proveedores (Andalucía), imputación de pérdidas privadas a la gestión de lo público (Valencia), cesión directa y reiterada de soberanía sanitaria (Madrid) o recaudaciones adicionales para evitar que la prestación privada de servicios públicos quiebre y arrastre a todo el sistema (Cataluña).
Cinco. Somos pobres, pero no somos tontos. Estamos empezando a estudiar. Somos expertos en salir adelante y en echarnos al monte cuando es necesario. Pero, sobre todo, nos estamos empezando a reir de todo esto. Es entonces cuando, de verdad, somos peligrosos.
mayo 30, 2012 at 11:58 pm
Seis. Saldremos de las trincheras para volver a las barricadas al grito de «no pasarán». Las medidas de retroceso social, laboral, económico, etc… pretenden acabar con nuestra dignidad y no debemos/podemos pasar por ese aro/yugo.
mayo 31, 2012 at 4:13 pm
Siete. Hay una voz hoy minoritaria, marginal, pero de un potencial enorme, que tiene que hacerse oír. La de aquellas personas que, sin tener necesariamente vínculos formales con la sanidad pública (como pacientes, como profesionales, como gestores, como interlocutores políticos o mediáticos o proveedores de servicios y tecnología), la sienten como propia, como una seña de identidad de una tradición cultural en la que viven y respiran. Esa voz me parece especialmente importante porque aporta una perspectiva libre de los condicionantes asociados a la función que desempeñan los agentes tradicionales. Es la voz (por ahora, más bien el silencio) de esa gran mayoría social que simplemente tira palante, atenta a los regates del día a día, que asiste muda a las grandes batallas que se están librando hoy. En todo este lío de la emergencia económica y de los ajustes presupuestarios está pasando desapercibido un proceso de cambio de rumbo del SNS hacia su harakiri por inanición inducida ante el que los agentes tradicionales, por fas o por nefas, tienen las manos atadas. No puede hacer mucho el discurso laboral-sindical porque ese contexto está programado para unas reglas de juego tradicionales, presas de la lógica funcionarial, en las que no se ha introducido la reflexión sobre el hecho de que sanidad pública no es una expresión exactamente sinónima de aspiración laboral a una plaza fija de por vida: inexorablemente, la reivindicación laboral, legítima, desemboca ahora más que nunca en aquello de qué hay de lo mío. No puede hacer mucho el discurso de la gestión porque los márgenes estrechos de una planificación de ajustes pensada para dar respuesta inequívoca al cumplimiento férreamente pautado de unos compromisos de estabilidad presupuestaria deja en nada cualquier intento de flexibilidad institucional desde dentro: quiero decir, quizá sea tarde ya para que sean los propios profesionales quienes decidan dónde y cómo gestionar la austeridad impostergable. No puede hacer mucho el discurso político porque está encadenado a la lógica de partido, diseñada para hacer ver perfiles diferenciados ante el mercado electoral, para plantear alternativas, no vectores de cooperación. Tampoco pueden hacer mucho los discursos mediáticos, porque son espejo de los discursos políticos, ni los discursos de los grupos de interés relacionados con el sistema (una compañía farmacéutica, una asociación de pacientes, un colegio profesional), porque su sentido nace precisamente de la defensa competitiva del interés particular. Nos queda la versatilidad de la ameba, el compromiso personal con el entorno inmediato, la compañía de los semejantes que vamos encontrando por el camino. ¿Y con un puñado de experiencias anecdóticas se pueden construir categorías? Sí, estoy convencido. Gracias a las dinámicas de red (cuánto puede ayudar Internet en todo esto) y a las estrategias de guerrilla. A condición de que seamos capaces de construir procesos que nazcan de la deliberación y que, cuando alcancen la temperatura adecuada, sean capaces de transformarse en acciones que ocupen las agendas de los agentes institucionales, sin preocuparnos de si tienen o no visibilidad. Estúdiese el entorno inmediato, búsquense semejantes para pensar sobre cómo intervenir eficazmente en él y pongámonos manos a la obra sin más pretensiones que hacer que las cosas concretas de la realidad cotidiana funcionen un poco mejor ni más permisos ni bendiciones que las de la propia conciencia. Gracias, Iñaki, por estar ahí.