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Redacción Synaptica. Nos puso sobre aviso un twitteo de Berci Meskó. El año que entra va a marcar el pico de la gloria de las investigaciones genéticas basadas en secuenciaciones masivas, con su correspondiente expresión en forma de artículos en las publicaciones top ten y, a partir de ahí, el declive. Aquellos científicos embarcados en esa aventura y que sean honestos, asumirán una dura lección de humildad. Y, de paso, es muy posible que vean mermados sus grants. Los avispados de siempre abandonarán el barco y se irán a buscar pastos más refrescantes. As usual.
La predicción de esta especie de cambio de ciclo en este ámbito de la investigación científica es de Geoffrey Miller, psicólogo evolutivo de la Universidad de Nuevo México, que firma un artículo en ‘The Economist’, donde explica que las expectativas en cuanto a aplicaciones clínicas relacionadas con la identificación de genes se están desinflando (a buenas horas sale a colación la complejidad de las interacciones; cáspita, qué gente). Y que, de verdad, para lo que empieza a servir esa información es para establecer diferencias de variabilidad genética entre países, etnias y razas.
O sea, gasolina para el fuego.
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