Fotografía: Gerald Talpaert / Médicos del Mundo.

Alfonso Pedrosa. Si no pagas, que te atienda la Cruz Roja. O Cáritas. O, en este caso, Médicos del Mundo (MdM). Esta ONG acaba de presentar en Bruselas un informe sobre el acceso a la asistencia sanitaria de colectivos especialmente vulnerables en la UE. No en Burundi. Ni en Afganistán. En Europa. Y el horizonte que se entrevé es desolador. El 15% de los pacientes atendidos por MdM en Amsterdam, Bruselas o Londres en 2011 son ciudadanos comunitarios. En el caso de Munich, esa proporción es del 57,9%. El 13,88% de los pacientes atendidos por MdM en Europa son nacionales del país miembro de la Unión donde se produce la asistencia. En cualquier caso, seres humanos. Extranjeros y no extranjeros.

Ya se oye con nitidez en Europa el crujido de la grieta social en términos de equidad en el acceso a los servicios de salud. El punto de fractura aparece, según Médicos del Mundo, por donde era previsible: los pobres y los desplazados. Inmigrantes indocumentados, gitanos, drogadictos, personas sin hogar y prostitutas. Ésos son los primeros daños colaterales de la irrupción de la crisis en los dispositivos de protección social. Está empezando a quedar claro que si no tienes cinco euros para que te levanten la barrera en el hospital (caso de Grecia), tu alternativa es un dispositivo de emergencia de las ONG. Que, como es sabido, se están quedando sin subvenciones y desde hace tiempo están desbordadas. No en Afganistán o en Burundi: en Europa. Por eso nos cruzamos con sus voluntarios en las calles, pidiendo atención y dinero, y por eso montan de vez en cuando algún número de la cabra que ayude a hacer visible el problema.

En España estamos toqueteando cosas muy serias. Lo del copago (sobre todo, sus discursos subyacentes) ya no es una boutade pintoresca para indocumentados políticos y mediáticos; aquí puede pasar algo tan grave como convertir una conquista social en una dádiva de beneficencia que deje a los más débiles al albur de la suerte o de la buena voluntad individual.

La situación de emergencia económica es indiscutible. También es evidente que el contexto impone priorizar, decidir qué se salva y qué se quema en la caldera, revisar de arriba a abajo la fontanería del sistema. Pero es una barbaridad que eso lo decidan únicamente las instituciones delegadas de la representación parlamentaria, en funciones de gobierno, de oposición o de bacteria saprofítica, para el caso tanto me da.

Quien pueda, desde donde pueda, tiene el deber de reaccionar. Se ha acabado el tiempo del silencio de los corderos.