Fotografía: galería Flickr de Serfs UP ! Roger Sayles, algunos derechos reservados.
Alfonso Pedrosa. Cada vez es menos creíble que no supieran lo que hacían. La transición, el cambio de rumbo, de un sistema de protección social a otro de aseguramiento, del ciudadano protegido por el SNS al asegurado que se cobija bajo el paraguas que pueda pagar según sus recursos individuales, no es un preciosismo técnico; eso empieza a hacerse evidente. El BOE empieza a destilar el precipitado de los alquimistas. Ahora, quien no sea asegurado ni beneficiario, tendrá que negociar con el Estado un convenio individual de asistencia, definido vagamente por una cuota mensual de 60 ó 157 euros en función de si se es menor o mayor de 65 años. El factor 65.
No es una cuestión de flecos, de minorías, de bolsas de población huérfanas de tutela estadística. Es verdaderamente un cambio de modelo cuyo núcleo no es si los espaldas mojadas o los ricachos de las sicav pagan o no pagan: eso es carnaza para tertulianos. El asunto es que, con esa tarifa se está estableciendo un precio público. Y eso va a tener consecuencias. En varios ámbitos. Consecuencias retributivas para quienes prestan esa asistencia, que se acercan al maravilloso mundo del pago por acto sin distinguir entre tirios ni troyanos. Consecuencias en los algoritmos de financiación y, por tanto, de viabilidad de la cartera de servicios básica en cada comunidad autónoma, que tenderá a coincidir progresivamente con ese factor 65 incrustado en las tablas demográficas. Y consecuencias, en fin, para las relaciones con las empresas concertadas para prestar asistencia: si la base de la cuota define al final un escenario que mejore las actuales relaciones basadas en negociaciones de precios públicos, seguirán los conciertos, ajustando precios pero también servicios. Si no, se abre la caja de los truenos y, a través de una confederación de prestadores, públicos y privados, amanecerá un nuevo tiempo de feudalización de la asistencia sanitaria pública basada en el aseguramiento, no en la protección social.
Que, digo yo, que estas cosas, como mínimo, hay que preguntárselas a la gente antes de hacerlas. Rex eris si recte facies…
Haced vosotros las cuentas. A mí me da pereza.
agosto 23, 2013 at 7:44 pm
Parece como si la capacidad de intervención individual no fuese capaz de influir, de aprehender la realidad. Creo que eso tiene que ver con el duermevela narcótico inducido por el discurso de la delegación de una soberanía que quizá nunca hemos poseído verdaderamente: Alexis de Tocqueville lo contaba divinamente hace ya siglos. Buscando como un topo en la galería, intentando compartir contigo, Bea, tus reflexiones a la búsqueda de un poco de luz, me parece que quizá todo empezó cuando dejaron de ejercer el poder las personas para hacerlo las ideologías. De ahí que el latinajo que perpetro, una cita de John de Salisbury, que en el siglo XII tenía en la cabeza que la teoría política tenía que ver con las personas, no con las ideologías, apele en el vacío, leyéndolo en el siglo XXI, a la ética. Porque son las personas las que tienen ética, no los discursos. Y me voy al origen, tan lejos, no tanto por buscar un anclaje explicativo como para recuperar en perspectiva la importancia de la toma de conciencia personal en el rediseño de toda la arquitectura política que hace precisamente posible la existencia de mecanismos de protección social como la sanidad pública. Probablemente hayamos llegado tarde para reflotar nada: la feudalización ya es un hecho. Pero, si es así, quienes vivamos dentro de cada isla, de cada territorio a-islado, tenemos la responsabilidad de introducir esa cultura de las personas a la hora de construir esos nuevos andamios precarios de convivencia. Algo así como pobres pero bien avenidos. Un abrazo inmenso, Bea, gracias por estar ahí.