En unos tiempos donde nada parece servir si no ha pasado antes por las manos de un subcomité de lo que sea, la vida se abre paso. Siempre se abre paso, en una lección magistral que explica que la fuente de energía y sentido de las instituciones es la gente. Y no al revés. La vida está ahí fuera. Salgan a buscarla. También en el ámbito del cuidado de la salud.
Alfonso Pedrosa. Un bar es un sitio muy serio. Ojito con los bares. Enfrente de mi lugar de trabajo hay uno. Toma el nombre de la calle donde se ubica, Rioja. Además de ejercer de repositorio de azúcares rápidos donde cargar las pilas con un café o un whiski doble, es sin duda un entorno de salud. Sí, no se me escandalice nadie. Entre las bandejas de bollería industrial, los estantes con botellas de alcohol y la máquina del tabaco brillan algunas prácticas y actitudes que están ayudando a que la población flotante que frecuenta ese bar de la calle Rioja viva un poco mejor. Sin que nadie consulte un manual para saber cómo comportarse. Ni falta que hace. Un par de ejemplos: en el bar de la calle Rioja no hay expuesto a vista del público ningún decálogo de la hidratación para proteger a los mayores del calor. Simplemente, hay aire acondicionado y detrás de la barra están atentos a que esas personas frágiles (el jubilado, la viuda de pensión mínima, el cuponero de la esquina, la madre con su hija en silla de ruedas) no tengan prisa para marcharse. Se les pregunta, con esa picaresca destilada a través de siglos de sabiduría callejera, dónde van a pasar la siesta en una cuidad de cuarenta a la sombra en verano, si tienen ya arreglado el ventilador, si ya se han tomado las pastillas, si va a venir su nuera a echarles un vistazo a la caída del sol. Segundo ejemplo: en el bar de la calle Rioja no se han estudiado ningún manual sobre nutrición saludable y alta cocina avalado por la sociedad científica de turno. Basta con aguantar los precios de las tapas contundentes, ésas que resuelven una comida, y echarle la bronca (una bronca mil veces disfrazada de piropo) a quien se pase con la sal en el aliño de la ensalada o ponga demasiada fruición para su nivel de sobrepeso en mojar la salsa del guiso del día.
julio 7, 2012 at 2:46 pm
Los gobiernos pueden ser cambiados, derrocados o eliminados, los estados pueden asociarse, fraccionarse o desaparecer, pero la gente siempre estará ahí y será la misma, con sus virtudes y sus defectos, con sus riquezas (materiales o inmateriales) y sus penurias.
Tal vez tengamos que ir a los Consejos de ancianos y al trueque como elemento de pago.
Pero no me hagas mucho caso, amigo, a lo mejor lo digo por interés propio, porque me acerco a la edad de formar parte de eloos… jajaja
julio 7, 2012 at 10:10 pm
Jiiiiiiii, me parece que vas a ser sometido a estrecha vigilancia, porque si la jubilación te deja las manos libres, vas a ser un tipo (más) peligroso. Y, sí, estamos volviendo al trueque, al menos en las cosas elementales para las que las herramientas ‘normalizadas’ ya se han vuelto un engorro. No está mal. No es que yo desconfíe de una entidad tan espiritual como el dinero, pero me parece que pasar del patrón oro al patrón bocata de mortadela nos está haciendo más pobres, sí. Pero más sensatos. Y ojalá tengamos siempre a mano algo parecido a un consejo de ancianos que nos ayude a entrever, desde la experiencia, por dónde puede andar la esperanza. Un abrazo, doctor. Un honor verte por aquí.