Ilustración: Miguel Brieva. Más que una casa.
Alfonso Pedrosa. Detrás de la caída de las instituciones no está el caos. Detrás está la gente. Y la gente se organiza compartiendo lo que tiene a mano.
Si mi ciudad se vuelve inhabitable, ya no escribo una carta de protesta al director del periódico local: me busco la vida para crear espacios en mi entorno cercano para construir proyectos útiles para mí y mis semejantes. Bienvenidos al co-housing.
Si el sistema de salud ya no me sirve porque es incapaz de escucharme y, además, me engaña, no me voy a desgañitar más: me organizo con mis iguales para construir el cuidado de mi propia salud conforme a mis expectativas, valores y creencias. Esa idea está presente en el Sistema de Salud Pública Cooperativista de la Cooperativa Integral Catalana.
Si, por vivir en un pueblo pequeño, estoy abocado a quedarme al otro lado del abismo de la brecha digital en una época en la que Internet es el gran catalizador tecnológico del conocimiento (y, por tanto, del cambio cultural), ya no voy a pedir más subvenciones de miseria para ponerme al día: utilizo los recursos que están en la comunidad de la que formo parte y les doy utilidades nuevas. Creando verdaderas hackerlands en El Madroño o en los Alpes Marítimos.
Vivir empieza a entenderse, cuando la cotidianeidad es la intemperie, como un bricolaje: como un proceso de búsqueda de soluciones para problemas perentorios. Construyendo esas soluciones con los materiales que buenamente se tengan a mano.
Hay quienes no quieren volver a trabajar nunca más en la construcción de unas pirámides desde las que nos mire con prepotencia cualquier Napoleón que quiera proyectar su sombra pretendidamente benéfica sobre la Historia. Y se ponen manos a la obra. Sin pedir permiso.
Ahora, pensemos en las consecuencias políticas, económicas, fiscales y sociales de todo esto.
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