Fotografía: Portal del Ciudadano de Jabugo by Rafael Carlos.
Alfonso Pedrosa. Le oí el otro día a
Leo Picabea, hablando de drogas y salud en una de las sesiones de las
I Jornadas de Extensión Universitaria sobre Salud y Comunidad Rural que se vienen desarrollando en
Jabugo, una reflexión que se me quedó merodeando en la mollera durante muchas horas después:
"La vida es demasiado dura para pasarla a pelo". En esa idea hay mucha verdad. Creo que ahí está una de las claves para entender por qué la gente es capaz de abandonar la mantita y el sofá en una tarde fría de sábado para echar un rato en el salón de actos del pueblo, o de salir de la ciudad y sacrificar la médula del fin de semana de tiempo libre y planes personales sagrados, para hacerse un par de cientos de kilómetros por nada. Bueno, por nada, no. Por la droga.
Porque Leo hablaba de drogas (de drogas y salud, quiero decir). Y yo pensaba más en las drogas que en la salud. En la
ayahuasca de los chamanes del Amazonas, que abre la puerta a otros mundos. Pero también en
otra clase de ayahuasca, capaz de llevarme a una variedad diferente de ínsulas extrañas: un
mapacho rico rico, cuyos efectos pueden transmutar un salón municipal o una sala de reuniones en una especie de
cabaña ceremonial donde compartir visiones. Un mapacho compuesto de una cierta valentía para abandonar el territorio mental o institucional donde anida la propia seguridad; de la aceptación del desafío de aprender a vivir en lo incontrolable, cuando el juego de la participación es de verdad; y de la construcción de respuestas desde las personas, entre iguales, sin pedestales o, mejor, todos subidos al mismo pedestal.
En esas visiones aparecen ideas interesantes.
Como que participar es romper con el miedo. Miedo a los desniveles académicos, a las distancias culturales, al vacío del fracaso.
Como que participar es disfrutar del vértigo de la incertidumbre. No tener una respuesta clara o definitiva a la pregunta de adónde vamos. Porque no tenemos ni puta idea de hacia dónde nos dirigimos cuando activamos un contexto de participación. Y eso está bien.
Como que participar es escuchar, hacer bricolaje con los elementos que aprehendemos con la escucha y devolverlos, armados como un mecano, a los demás, según nuestro propio saber y entender. Porque lo importante no es el discurso, sino la conversación.
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