Fotografía: galería Flickr de Cur sore. Algunos derechos reservados.
Alfonso Pedrosa. El poder se está volviendo itinerante. Medieval. Anterior a la noción moderna del Estado. En el proceso histórico que hizo de las naciones más viejas de Europa una especie de confederaciones de reinos, el concepto de nodo central atornillado a una ubicación geográfica no podía tener éxito: la corte era itinerante y el rey, una suerte de tolerado primus inter pares, peregrinaba por el país y recalaba en las ciudades para pedir, básicamente, dinero, y ofrecer a cambio equilibrio político. Hoy está ocurriendo un fenómeno parecido, que recorre las arquitecturas de todas las instituciones y que está cambiando profundamente el concepto de gobernanza.
Sabemos con dolorosa lucidez, de un tiempo a esta parte, que, cuando el centro se hunde, la periferia se despierta. La respuesta institucional ante esa incertidumbre es variada, pero estoy detectando en mi entorno algunas expresiones muy interesantes de esa reacción ante el proceso de descomposición en marcha.
En el plano de la gestión de organizaciones y empresas, las tensiones hacia la descentralización están convirtiendo los nodos centrales de poder en dispositivos de servicios que apoyan el funcionamiento de los antes denominados centros secundarios. Persiste un poder central, pero ya no está vinculado en exclusiva a un determinado nodo en el alambique de la organización; y la emergencia de la horizontalidad ejerce una atracción magnética sobre el viejo poder central hacia su presencia efectiva en la periferia de la organización. Ya no basta con emitir requerimientos a todas las unidades: hay que ir a explicar las razones del poder allí donde esté la gente.
En lo referente al reparto de la representatividad en los nodos centrales que aún persisten como tales, especialmente en las organizaciones más vetustas, verticales y resistentes al cambio, asistimos a una auténtica asfixia, que está bloqueando el mismo funcionamiento institucional: en España, una organización estructurada en función de la representación provincial está obligada a jugar a 52 bandas. Si además, el poder está atado a un espacio geográfico (pongamos Madrid) y es incapaz de moverse con eficacia fuera de ese entorno, la gestión de los equilibrios, dado el número de sensibilidades reconocidas en el juego, se convierte en un sudoku agotador. Hay que volver a coger el tren y el avión para recabar apoyos y ejecutar estrategias con eficacia.
Todo esto empiezan a cuestionarlo las nuevas narrativas P2P y el mismo concepto de tecnopolítica. Que vienen a recordarle al poder la vieja lección medieval: rex eris si recte facies; si non facias, non eris. Y eso, precisamente, es lo que obliga al poder a bajarse de la poltrona y salir a los caminos polvorientos a recorrer el país en busca de la gente. Para pedir dinero y dar equilibrio.
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