Fotografía: galería Flickr de El Bibliomata. Algunos derechos reservados.
Alfonso Pedrosa. Odoacro tuvo en sus manos el poder imperial y no lo quiso. Como jefe de los hérulos, depuso en 476 al último emperador de Occidente y envió a su homólogo de Oriente las insignias del poder. Sólo quiso ser dux de Italia, no emperador. Roma, lo que quedaba de Roma, imponía demasiado. No se podía reconstruir el mundo así como así. Había que refundarlo. Y aquellos bárbaros indocumentados se pusieron a trabajar.
Hoy vivimos paralizados por el colapso de Roma y creo que estamos perdiendo un tiempo precioso por ello. Ese tiempo es tan valioso porque es el de la presente generación, la nuestra. Es el intervalo que se nos ha dado para intervenir sobre la realidad. Podemos emplearlo en reparaciones de emergencia en una nave que se hunde. Y, también, al mismo tiempo, podemos pensar en cómo diseñar nuevas formas de navegar. Porque, de todas maneras, navigare necesse est.
Me alineo sin dudas con la idea de un Sistema Nacional de Salud de cobertura universal, gratuito en el acceso, financiado a través de impuestos y público en su núcleo esencial no por motivos ideológicos, de adscripción a alguna de las ofertas del supermercado político de la democracia parlamentaria, sino de identidad cultural. Soy europeo y eso significa para mí que no puedo ser otra cosa, mal que me pese en tantas ocasiones. Y europea es la idea que define lo público como expresión institucional del bien común. En la manera española de ser europeo, la lectura de la cristalización del patrimonio compartido en determinados conceptos e instituciones pasa por la existencia de un sistema sanitario público. Por eso, yo, un bárbaro indocumentado, considero como propio al Sistema Nacional de Salud, nuestro SNS. Como en general sobran gritos y faltan ideas, en mi indocumentada osadía, me atrevo a plantear algunas posibles líneas de trabajo para su refundación adaptativa. Como cuestión propedéutica, sin la cual me parece imposible desatascar el debate, creo fundamental aclararse sobre el carácter público del sistema.
¿Porqué dar tanto la barrila con lo público? Pues porque la cuestión primaria no es la titularidad pública o privada de la propiedad de las instituciones, sino su legitimidad de origen y su vocación de servicio. Decir que el núcleo del SNS debe ser público es decir que la empresa privada es un vector necesario, fundamental, en la articulación del sistema, siempre que comparta sus objetivos de fondo. Decir que el núcleo del SNS debe ser público es decir que quienes trabajan en él tienen que aceptar límites que en el libre mercado no existen y dejar claro que cuando muchas veces se defiende a voz en grito la sanidad pública en realidad lo que se está defendiendo es el mantenimiento de determinados puestos de trabajo; que no es exactamente defender el sistema. Decir que el núcleo del SNS debe ser público es asumir que su oferta de servicios está acotada por sus fuentes de financiación: con este dinero hay para esto, y no para más; si queremos más, hay que quitarlo de otro sitio o subir los impuestos, así de claro. Decir que el SNS tiene que ser público es aprender a incorporar, cuanto antes, urgentemente, a la gente a las decisiones sobre su funcionamiento y su gestión. Vale decir, y ya nos vamos acercando a los nodos calientes del asunto: hay que redefinir los protocolos de conexión entre lo público y lo privado en la prestación de servicios y en el uso de la tecnología; hay que darle una vuelta (más de una) a los cómos, los porqués y las cantidades de las estructuras retributivas, al desarrollo profesional y a la asunción de responsabilidades dentro del sistema; y hay que ir decididamente, de cabeza y deprisa, a la revisión del mismo concepto de democracia en la gestión del sistema y en la definición de los mecanismos de representación, desde los controles políticos al papel de los sindicatos, pasando por la incorporación de la gente normal y corriente a la toma de decisiones real.
Estas cosas ya no son boutades. Hay que empezar a desarrollarlas en serio. Ya.
Otro día, más; en compañía de Odoacro o de algún otro fantasma benefactor.
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