Alfonso Pedrosa. Acabo de echarle un vistazo a una referencia de The Commonwealth Foundation sobre adherencia terapéutica en mayores con diabetes al consumir estatinas e inhibidores del sistema renina-angiotensina-aldosterona y sus repercusiones económicas en el contexto de la prestación de Medicare: un ahorro de 832 y 285 dólares respectivamente por cada diez puntos porcentuales de incremento de adherencia, tras un seguimiento de tres años. Y digo yo, que por qué no se le explica esto a la gente que consume esos recursos por estos lares.
Habitualmente se pone la lupa del uso racional del medicamento sobre los perfiles de prescripción, asumiendo que ese gasto es mayormente responsabilidad del médico de Primaria. Muchas veces, aunque cada vez menos, se habla de la adherencia terapéutica como de una especie de eufemismo vergonzante que esconde la presión de las fuerzas de ventas de los fabricantes de medicamentos para mantener el consumo de sus productos. Ambos planteamientos, el del uso racional del medicamento y el de la adherencia terapéutica, se entienden en un contexto de corresponsabilidad económica y clínica en el que, de ordinario, no se incluye al paciente.
Si el personal se ha acostumbrado en la vida cotidiana a conductas teóricamente responsables como separar los residuos domésticos, apagar luces innecesarias en casa o a salirse a la calle a fumar porque eso ya no se hace en el bar, no hay muchas razones para que no se le explique a la gente, en detalle y de igual a igual, sin escamoteos paternalistas ni maniobras de ingeniería social, que esto de la prestación farmacéutica pública es un asunto serio, en el que se maneja una tecnología compleja que se llama medicamento (no hay que tener un máster en Farmacología para entenderlo: basta mirar la ilustración de este post). Que cuesta mucho dinero (que sale de los impuestos de los currantes) garantizar el acceso a esa tecnología. Y que hay serios motivos para hacer las cosas bien. La gente no es tonta; sería interesante incorporar esa idea como un mantra al diseñar planteamientos de viabilidad del sistema.
abril 7, 2011 at 12:59 am
Hoy, mientras estaba tumbada en una de las camillas de urgencias de mi centro de salud, con un mórfico gota a gota, me acordé de este post, Alfonso. En la habitación de al lado, mi enfermera Ángeles recibía a una señora mayor (o eso parecía por su tono de voz y su modo de hablar), y a su marido que ni ruído hizo. Llevaba cuatro meses sin acudir a la enfermera, que empezó a enseñarle a ponerse la insulina en ese tiempo. Ahora venía con una úlcera en el pie, y el azúcar en cuatro gramos, y lo que oí parecía más un diálogo de Gomaespuma que otra cosa. «Yo le prometo, enfermera, médica, o lo que coño sea usted, que mañana vengo a las ocho a aprenderme a pincharme». Y nosotros desde la ATPáncreas pidiendo que todo diabético tenga derecho a tiras… Será la morfina, pero ahora mismo creo que mejor reivindicar el derecho a que se suiciden. La corresponsabilidad, para el que se corresponsabilice. (Y el desenladrillador que lo desenladrille…)
abril 7, 2011 at 11:36 am
Si cada palabra de tu comentario pesase una tonelada, Beatriz, me quedaría corto si dijese que lo que has escrito vale su peso en oro. Así que es lo mínimo, por mi parte, mostrarte todo el respeto del que soy capaz comentando lo que dices muy atentamente. La lucidez que destila ese relato en primera persona y el compromiso que se entrevé en lo que cuentas, precisamente en términos de responsabilidad como paciente, es una lección magistral que echa por tierra cualquier planteamiento bienpensante, cualquier estrategia de ingeniería social, tan al uso en sociedades que, como la nuestra, han renunciado al control democrático del bien público cediendo soberanía a través de los diversos mecanismos de delegación más o menos falaces. Synaptica no es un lugar frecuentado por masas. Es, en cierto sentido, como cierto blog que yo me sé y que no lee ni mi madre. Y me gusta que sea así: preferimos las carreteras secundarias, disfrutar con el descubrimiento de las personas (personas como tú) en un medio ambiente sereno, donde de verdad se puedan contar y escuchar historias. Pero, de vez en cuando, por aquí recalan personas que trabajan en la gestión política o administrativa del sistema, profesionales sanitarios, gente de empresas relacionadas con el sector o, simplemente, alguien que pasaba por aquí y que repite visita porque empieza a entender que la sanidad pública no es un juguete y que vale la pena defender los fundamentos de esa conquista social. Bien. Todas esas personas tienen sed de palabras como las tuyas, porque ofrecen claves que no se pueden transmitir en un powerpoint, ni en un manual de gestión, ni en un foro de consenso donde todo el mundo expresa su orgullo y satisfacción por participar en un debate sobre no se sabe qué más o menos ficticio. ¿Sabes por qué? Porque se ha perdido el lenguaje que permite conectar desde esas posiciones con las personas reales con vidas reales. Sigue hablando, Beatriz. No te canses. Nos haces falta. A todos. Un abrazo.