En el bloody Mary servido por los alquimistas del decreto-ley, la prescripción por principio activo es una especie de magia negra ante la que hay que seguir haciéndose de cruces pero, de momento, no se puede extirpar (non olet, como el dinero de los impuestos recaudado por el uso de las cloacas de Roma). Aunque todo se andará, por qué no. Así que, "de forma general", ésa será la opción para los procesos agudos y, como primera prescripción, para los crónicos. Pero, a lo largo del camino, la cosa cambia. Se nota que en el decreto se han echado algunas cuentas sobre NNT en infecciones y sobre costes de la cronicidad, de tal manera que se entiende como razonable apostar por la marca en los tratamientos de continuidad. Primer gesto a favor, y no será el único, de reconocimiento de la innovación incremental y de su derecho a la defensa en términos de marketing en el mercado de prescripción. Y, para compensar a las compañías de genéricos, que también son marcas, ante la potencia de la denominada industria innovadora (esa tensión se entiende mejor, hasta cierto punto y en términos generales, si se habla de empresas nacionales y de laboratorios multinacionales), ante una prescripción por principio activo y a igualdad de precio, se sigue apostando por el genérico o, en su caso, el biosimilar. Asunto, que, de paso, mantiene en las farmacias la capacidad de sustitución (y de maniobra en la gestión).
El mecanismo de exclusión de los medicamentos del paraguas de la prestación farmacéutica del SNS es coherente con la lógica irenista (atenta a las voces de todos los grupos de interés afectados, excepto el de los ahora conocidos como asegurados, que asisten mudos al rediseño del copago sin que nadie les haya preguntado) del articulado precedente del decreto-ley. Por un lado, se marcan posiciones de austeridad con la mención a los precios seleccionados (las compañías que no rebajen precio, se quedan fuera. Como lo de las subastas andaluzas pero en fino, aquí no hay más chicos listos que los del Gobierno central). Por otro, los alquimistas se sacan un marrón de encima y crean a la vez una oportunidad de mercado: el decreto establece que un medicamento pasará a ser considerado EFP si así funciona ya en el entorno europeo y, además, un medicamento podrá ser excluido de la prestación (financiación) pública si es suficientemente seguro, conocido y utilizado. Una vez más en la historia de las autoridades reguladoras del medicamento, cabe preguntarse que por qué lo llaman seguridad cuando quieren decir dinero. Ah, y ni un euro para los medicamentos que tratan síntomas menores. Peligrosa decisión. Sobre todo cuando el concepto de síntoma menor es de una variablidad extrema y directamente asociada a los niveles de renta individual y de estado de salud. Y precios libres para los excluidos de la financiación pública. Ah, cuántas rebeliones, de boyardos y mendigos, han invocado esa cuestión.
Entre los criterios de inclusión, brilla como una supernova el reconocimiento a la innovación incremental. Por fin el regulador entiende, y lo pone por escrito, que el caviar iraní sólo llega a la mesa el día de la gran fiesta si antes has comprado mucho chopped-pork. Por fin se entiende que la innovación es un itinerario largo que sólo se puede recorrer apoyando a las mejoras modestas de los puntos intermedios. Ésa es la ley de las bolsas y el mercado de futuros: un cadáver empresarial no genera blockbusters. Blockbusters que muchas veces salvan vidas. Y qué buenos son, vive Dios, algunos bocatas de chopped-pork. Sí, se harán cuentas, desde luego. Pero, por delante, la innovación. De hecho, se tendrá en cuenta para financiar un nuevo medicamento sus beneficios clínicos pero, también "si para un mismo resultado en salud, contribuye positivamente al Producto Interior Bruto". Lo que se pierde por un lado se puede ganar por otro. Algo así como eso de José Mota de las gallinas que entran por las que salen. Ah, y todos por igual: las comunidades autónomas "no podrán establecer, de forma unilateral, reservas singulares específicas de prescripción, dispensación y financiación de fármacos o productos sanitarios". Se acabaron algunos de los jueguecitos particulares a 17 bandas que tanto dolor de cabeza han dado a los encargados de las relaciones institucionales y del market access de algunos titanes del sector. Por ahora. Sólo por ahora. El don del poderío de los reyes del mercado lleva dentro de sí la condena del canibalismo.
Pero que a nadie se le olvide: esto no va de pastillas. Va de competitividad, y por eso el decreto sigue recordando, a través de medidas a favor de las empresas del Programa Profarma, que quien se porte bien aportará menos mordida porcentaje de sus ventas a las arcas del Estado. Algo parecido ocurre con las oficinas de farmacia, que ven plasmada en este texto normativo una interesante tabla de deducciones en función de sus ventas totales y de su esfuerzo por virar hacia eso que ahora se llama modelo farmacéutico asistencial, con un índice corrector para atemperar ajustes. En principio, se afloja un poco el pie del cuello de las pequeñas y se aprieta un poquito más a las grandes. Y parece que la aportación global de las farmacias se queda más o menos igual. Aunque aquí, como en tantas cosas, son las clases medias de la comunidad farmacéutica las que apechugan. En cualquier caso, mientras sigan pagando de manera directa o indirecta, las boticas serán básicamente empresas. Pymes intocables. Hasta que el contexto requiera otros cambios. Esto no va de pastillas, ni de capilaridad: va de ajustes y de crecimiento económico, de puntos de PIB.
Otro bloody Mary, por favor (y no me hagan mucho caso).