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Información sanitaria e innovación social

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Alfonso Pedrosa

Hago bricolaje con la información. Cuando me desnorto, vuelvo a la ética hacker. Me cae bien Hellboy porque se lima los cuernos para no llamar la atención. Me interesan la política sanitaria y la participación ciudadana en el funcionamiento de los sistemas de salud.

Qué tengo yo que ver con los demás

Alfonso Pedrosa.

 

Europa pide salsa americana

Alfonso Pedrosa. Últimamente estoy escuchando muchas historias relacionadas con esa subespecie mutante emergida del cataclismo que engloba a las personas empujadas a emprender. Entre ellas hay quienes jamás en la vida se les había pasado por la cabeza montar una empresa y quienes siempre tuvieron la inquietud de hacer cosas más allá de los moldes previsibles en los que les encajó una determinada rutina profesional. En cualquier caso, se han tenido que meter en la fregatura por mor del hundimiento del sistema.
 
En esas historias he visto a veces buenas ideas que se merecen la mejor de las suertes y también pánico, cuentos de terror. Pero ninguna de las personas que las protagonizan tienen la culpa de vivir en un país inhabitable. De ahí que la falacia que esconde el discurso políticamente correcto del emprendimiento (alfombra roja, ¿de qué?) sea sencillamente obscena: no hay una sola medida gubernamental en este contexto que no busque recaudar más. Lo de mejorar la vida de la gente, ni está ni se le espera.
 
Hace poco, un grupo de personas jóvenes de diferentes lugares de Europa que han ido montando sus empresas como han podido fue convocado en Bruselas a dar su opinión en un encuentro institucional. También había representación del sector salud, como es el caso de la griega Eleftheria Zorou y su Doctoranytime, una web para poner en contacto a médicos con pacientes. Todo quisque pedía lo mismo: salsa americana. La libertad para equivocarse y la facilidad para levantarse después.
 
Hay gente que está dispuesta a eso, a sacudirse el miedo al fracaso que se lleva en la masa de la sangre en determinados contextos culturales de Europa. Gente que está dispuesta a fallar. Y a hacerlo rápido, barato y en pequeña escala a ser posible. No les importan los mirones que nunca harán nada. Pero sí piden campo libre para maniobrar. Por ejemplo, una Administración pública que no juege al sobreprecio en sus políticas de contratación y deje a la gente organizarse como le dé la gana. Eso también es cambio cultural. Y ya no es una posibilidad de futuro: es el presente.

Seguiremos, lip-dub Hospital Sant Joan de Déu

Alfonso Pedrosa. Mi amigo Ani me pasa este vídeo. Hay posibilidad de hacer donaciones en la web de la Obra Social Sant Joan de Déu.

 

Para qué sirve la ciencia: el Banco Nacional de Datos Genéticos de Argentina

Europa y las reformas: al fin, la ciencia

Alfonso Pedrosa

Me encontré hace poco este tuit, que hacía referencia a una noticia publicada en El Global. Me llamó la atención:

 

 

La EMA abandona la cartera de Sanidad y pasa a la Mercado Interior, Industria y Empresa http://t.co/LiI3By2wNh

— Lluís Triquell (@TriquellBio) septiembre 11, 2014 

 

Luego, le eché un vistazo a este informe de Science Business sobre la nueva Comisión de Juncker. Me aclaró un tanto las cosas. 

Después, di con esta nota de prensa de la Comisión: la potencia de la investigación científica europea tiene que ver con las reformas nacionales. 

Y aquí, mientras tanto, calculando a cuánto sale en la nómina cada sexenio de investigación y debatiendo sobre las ventajas e inconvenientes de que un contratado doctor sea vicerrector de la Universidad.

Estado, comunidad e innovación social

Ilustración: dominio público, from Wikimedia Common.

Ensalzaba yo hace poco muy ingenuamente, en amigable charla con un veterano asesor empresarial, la sabiduría institucional de la República de Venecia en sus buenos tiempos, cuando la Serenísima gobernaba un imperio fundado sobre relaciones comerciales y no sobre el dominio efectivo de extensos territorios en el exterior. Ampliar «Estado, comunidad e innovación social»

Movilidad del talento y cambio cultural

Alfonso Pedrosa. Una historia cultural de la Humanidad con mirada europea, en un video de cinco minutos. En Nature. La masa crítica es un factor clave en la capacidad de innovación de una comunidad. Su consolidación depende de la capacidad para retener talento. Su desarrollo, de la capacidad para atraerlo.

 

 

Factores ambientales de la innovación social

Fotografía: Wikipedia, algunos derechos reservados.

 

Alfonso Pedrosa. Los factores que hacen posible la aparición de la innovación en un determinado contexto son diferentes en función de las condiciones de vida del ambiente en el que aparecen las nuevas ideas. En los buenos tiempos, ese factor de crecimiento es la sofisticación, ese cierto entorno de bienestar que se sustenta sobre un entramado complejo que encuentra su sentido a través del dinamismo expansivo y que hace posible que existan hiperespecialistas para un mercado gourmet que señalan el camino para el mercado de masas. En cambio, cuando pintan bastos, cuando desaparece el bienestar y la sofisticación es un lastre para la superviviencia, el factor de crecimiento de la innovación no es la complejidad refinada, sino la demanda de necesidades de la comunidad concreta que ha quedado desgajada de lo que antes era un entramado complejo de valores y de intercambio de bienes y servicios.
 
Bryan Ward- Perkins, arqueólogo especializado en cerámica romana, habla de todo esto en su ensayo sobre la caída de Roma, que él entiende como el fin de una civilización, y en el que intenta explicarse qué ocurrió en Occidente entre los siglos V y VI para que la calidad de vida de la inmensa mayoría de las personas que habitaban en zonas de centralidad económica experimentase un descenso del que no se recuperarían hasta el siglo X. En dos generaciones, muchos de los habitantes del Imperio de Occidente en territorios que hoy son Inglaterra, Francia, España o Italia dijeron adiós al bienestar, retrocediendo en algunos casos a la Prehistoria. Este historiador de Oxford explica que los suevos, vándalos y alanos que cruzaron el Rin en la última noche del año 406 no iban de merienda campestre; pero se deja de filias y fobias, renuncia a torturar a las fuentes documentales e intenta centrarse en lo que dicen los restos materiales, la cerámica, que es su especialidad.
 
¿Cómo es posible que la cerámica de los enseres de cocina de una familia de granjeros britanos del siglo IV fuese infinitamente más delicada, tuviese muchísima más calidad, que una vasija del ajuar funerario de un rey de Northumbria de un par de siglos después?
 
Ward-Perkins habla de dinamismo y sofisticación institucional, económica y cultural como elementos ambientales (o, si se prefiere, de sustrato) que hicieron posible la difusión geográfica y social de productos cotidianos de alta calidad. Pone el ejemplo la factoría de artículos de terra sigillata de La Graufesenque, donde existía un complejo sistema de recogida, cocción y reparto de piezas para dar respuesta a las necesidades de diversos talleres independientes que moldeaban sus propias vasijas pero las llevaban a cocerlas a La Graufesenque; de este modo, podían asumir el precio de uso y de la mano de obra especializada que exigía esta tarea, nada fácil, defendiendo además en el mercado un sello común, una marca. Esa complejidad hacía posible la viabilidad técnica, comercial y social de esos productos.
 
Sin embargo, cuando desaparece el bienestar, cuando factores políticos, demográficos o de otro tipo (las diferencias con el Imperio de Oriente son palmarias) convierten en círculo vicioso la interdependencia del hundimiento económico y la quiebra fiscal, la complejidad es un problema. Ya no produce belleza, sólo da dolores de cabeza. El sistema monetario del Bajo Imperio, dice nuestro cacharrólogo de Oxford, estaba definido por equivalencias entre el oro, la plata y el cobre. La desaparición del bienestar general de esa época hizo del prestigio político, no la dinamización económica, la principal razón de las acuñaciones de moneda en metales nobles. E hizo casi desaparecer la calderilla, el cobre, la moneda menuda para los intercambios cotidianos, cuando se cortaron los flujos comerciales y de producción de artículos de primera necesidad decentes y baratos. Casi todo el oro y la plata de esos tiempos aparece en las excavaciones arqueológicas en tesoros enterrados. Nadie acumula montañas de calderilla. Pero la gente tiene que vivir. Y en esos momentos cobra fuerza el retorno al trueque. Pero, para que el trueque funcione, tiene que existir comunidad. Lazos de confianza entre personas. Nadie cambia una vaca por la futura producción de huevos de las gallinas del vecino si no confía en que éste va a cumplir con su palabra, si no lo conoce, no sabe quién es ni dónde vive. Cuando la comunidad resiste el hundimiento del bienestar, se recupera cierto tiempo después la calderilla, que aparece, entonces, como innovación. De la memoria salen nuevas ideas. Y, progresivamente, vuelven las acuñaciones de moneda por mor de la recuperación económica, que a su vez es el motor de la tributación: se gestionan mejor los impuestos recaudados en moneda que en gallinas o en gavillas de trigo.
 
Hoy se nos han hundido el bienestar y sus sistemas complejos asociados a la prosperidad. Pero también son tiempos de innovación. Sólo que la fuerza de las nuevas ideas ya no está en la complejidad sofisticada. Su motor es la comunidad.

 

Danza Invisible en un centro de salud

Alfonso Pedrosa.

 

 

El imperio comanche y la innovación social

Ilustración: George Catlin, dominio público.

Alfonso Pedrosa. Había algo en la cultura de los comanches que desquiciaba a sus interlocutores euroamericanos. Españoles, franceses, mexicanos, texanos y estadounidenses intentaron una y otra vez durante los siglos XVIII y XIX establecer reglas de juego fiables sobre una base de lo que hoy llamaríamos lealtad institucional. Casi siempre fracasaron. Al final, la expansión industrial de Estados Unidos borró de un plumazo a estos señores de las praderas, ya en franca decadencia, en la década posterior a la Guerra de Secesión. La Historia está llena de casos así: choque cultural, el factor tecnológico, etc. Pero el caso comanche es peculiar.

Pekka Hämäläinen defiende en una curiosa monografía que acabo de leer que los comanches forjaron un verdadero imperio de las praderas que puso en jaque a otros imperios de corte europeo. Yo no me atrevo a decir tanto: no creo que los comanches manejasen esa clase de conceptos. Pero es innegable que su presión sobre la frontera del Suroeste norteamericano fue un factor geoestratégico importante y que, a su manera, lo sabían. Incluso, me abono aquí a la tesis de Hämäläinen y comparto su idea de que el paseo militar que fue para Estados Unidos la guerra con México de 1846-1848 sólo pudo ser posible porque las flamantes tropas enviadas desde Washington irrumpieron en un territorio indefenso e indefendible, mil veces devastado por las incursiones comanches, del que prácticamente sólo tuvieron que tomar posesión nominal.
 
Había algo en los comanches que desquiciaba a la mentalidad europea: el ejercicio del poder sobre los recursos del territorio, no sobre sus derechos de propiedad. La misma banda de comanches que robaba caballos en un rancho español, no sin violencia ni brutalidad, se presentaba, tranquilamente y en son de paz, unas semanas después, en la feria de un pueblo norteño de México o del noroeste de Texas para intercambiar esos mismos caballos por manufacturas; o incluso armas, para seguir robando caballos con más eficiencia. Ese comercio era posible porque los comanches se relacionaban con personas, no con las instituciones de derecho que representaban a esas personas, y éstas lo sabían. Por eso funcionaba ese comercio y por eso se iba debilitando el sentido de pertenencia de las poblaciones euroamericanas hacia sus respectivas estructuras estatales. Saquear una hacienda ubicada en Nueva Vizcaya no implicaba declararle la guerra al rey de España, ni mucho menos considerar enemigos al resto de sus súbditos; más bien, en muchos casos, todo lo contrario.
 
No somos comanches, pero, ante el hundimiento institucional, nos comportamos igual. Nos echamos al monte en nuestra desafección pero eso no impide que queramos participar. Abstención y activismo conviven en las mismas personas. Nos alejamos de las instituciones, pero nunca antes hemos sido tan activamente conscientes de nuestra realidad social. Eso desquicia al entramado institucional, que intenta aprender, con desasosiego y prisas, las reglas de ese juego nuevo. Aprender a jugar ese juego empieza a ser importante para instituciones públicas, empresas privadas y organizaciones sociales.
 
La gente se busca la vida para organizarse, y lo hace cada vez mejor, al margen del viejo mundo institucional; no se busca demolerlo, tan sólo que no estorbe. Algunos llaman a eso innovación social.
 

 

Prevención de embarazos adolescentes entre la audiencia de MTV

El mundo salubrista (e, incluso, el de la participación ciudadana en salud) se devana los sesos y gasta ingentes cantidades de dinero desde hace décadas en campañas de prevención, sensibilización y promoción relacionadas con la salud. En muchas ocasiones, con la conciencia doliente de que eso no sirve para mucho. Se sabe dónde está el fallo: la verticalidad de los mensajes. Se le intenta poner remedio: la formación de formadores identificados en el seno del colectivo diana de la intervención. Pero la institución emisora del mensaje sigue siendo la propietaria de sus contenidos: la gente desconecta rápido. El embarazo adolescente es uno de esos asuntos. Ampliar «Prevención de embarazos adolescentes entre la audiencia de MTV»

El legado de María de Villota y las enfermedades neuromusculares

Alfonso Pedrosa. Mi amigo Javier está metido hasta las trancas en la Fundación Ana Carolina Díez Mahou, centrada en las enfermedades neuromusculares. Me reencontré con él hace más de un año, en el VI Congreso Internacional de Medicamentos Huérfanos y Enfermedades Raras. Ahora acaba de pasarme un video, fresquito y sin estridencias, sobre la actividad de la Fundación, en el contexto del legado de María de Villota. Ahí lo lleváis.

 

 

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