Alfonso Pedrosa. El otro día asistí a uno de esos eventos espectaculares que parecen ser seña de identidad del proyecto Salud y Comunidad Rural: el inicio de un proceso de deliberación ciudadana en torno a la salud en un pequeño pueblo de Segovia, Zarzuela del Monte. Como antes en El Madroño (Sevilla), Jabugo (Huelva) y Villanueva de Alcorón (Guadalajara).

El centro del evento fue una charla sobre diabetes, impartida por la endocrina Cristina Abreu, del Hospital General de Segovia, que apareció por el pueblo buscando el salón donde habíamos convocado al personal a bordo de su mini, con un aire entre decidido y expectante; el de quien sabe de lo que habla, quiere compartirlo y además desea aprender de una buena conversación.
El alambique institucional para hacer posible esa conversación lo puso la Sefar a través de Andrés, el boticario local, en alianza con el Ayuntamiento y su alcalde, Mariano; la levadura la aportó la experiencia que vamos acumulando quienes estamos metidos en esta historia; y el cereal para la destilación, el buen cereal castellano, fue cosa de la gente. De los vecinos y vecinas de una localidad de apenas 500 habitantes en la que hay demasiado paro, una iglesia de ábside románico bastante decente, tres bares en una misma calle en los que se conserva el arte de saber asar cordero y de servirlo en raciones que te colocan al borde de la hipoxia y una casa consistorial con soportales que alberga la sorpresa de algunas obras notables de pintura contemporánea. Ah, y una farmacia, en un extremo del pueblo, cerca de la carretera, desde donde Andrés, el boticario, vigila que sus pacientes se tomen las sales de hierro y procura ayudarles a mantener a raya la diabetes, contra viento y marea. Bueno, viento, marea, conciencias dormidas, negligencias irritantes y olvidos culpables.
Y la charla. El embrión de una posible deliberación entre iguales. Que se prolonga en fiesta tras el evento formal, como muestra la foto de Esteban que ilustra este post. A poco que se trate a las personas con respeto, se destapa el tarro de las esencias. Un algoritmo clínico-terapéutico empieza a cobrar los contornos de la vida concreta de la gente cuando se sabe escuchar. Escuchar especialmente a las mujeres: son la clave de todo, la trabazón de la comunidad. Y son imbatibles cuando, al entender que al otro lado hay respeto y no condescendencia, encauzan sin miedo su afán de saber desde su propio relato de la realidad. Saber para decidir. Ojo a las mujeres del mundo rural. Salvarán muchas cosas del desastre.
Buen cereal, mucha sabiduría. Hay que seguir. Hay que volver.