Alfonso Pedrosa. La confusión genera espacios vacíos que son colmatados, en una suerte de horror vacui demencial, por parálisis. Ansiedad. Incertidumbre. Miedo. Ira. La deriva abrupta, accidentada, atrabiliaria, que está enfilando el relato dominante sobre qué esta ocurriendo en la sanidad española y qué puede ocurrir conduce a un lugar donde sólo están a gusto los estúpidos y los malvados. Todos somos a veces estúpidos y malvados. Si la identidad humana se reduce a esas esquirlas del mal de las que somos portadores, desembocamos en esa cierta levedad cínica y letal que devuelve el gobierno del mundo al caos, dueño y señor de los designios de la tribu. Una tribu que tiembla bajo el ruido y la furia de una tormenta que no comprende. Es curioso. Allí donde se hunden Hegel, la metafísica y el Dios de Nietzsche que sabía bailar, renacen los brujos y los lenguajes arcanos, guardianes de la eterna minoría de edad de la gente, que, estúpida y malvada, guarda silencio porque se siente culpable de un pecado de complicidad vergonzante con los desmanes que, dice el relato dominante, nos han llevado hasta aquí. Hasta el desahucio de los vecinos de renta antigua, primero, y el derribo del edificio en ruinas, después, de los mecanismos de protección social de cuño europeo. Pero antes de llamar a los dinamiteros y convocar a los medios de comunicación para que tengan una bonita foto del hundimiento del sistema, rindamos un pequeño tributo a los viejos dioses de la Ilustración. Sapere aude y todo eso. Porque junto a las esquirlas del mal, también somos portadores de la virtud de la esperanza, esa niña pequeña que le daba cada mañana los buenos días a Péguy. Pero antes de eso, quizá convenga anotar, aunque sea en una servilleta de la barra del bar, las coordenadas de los lugares donde se han entrevisto algunas de esas ideas que, como relámpagos, lo iluminan todo por un instante y luego se van.

1. El Sistema Nacional de Salud y la arquitectura del Estado. El debate de la recentralización está entretejido con el de la viabilidad del sistema sanitario público. Presentar el a priori del hecho autonómico como generador de despilfarro es más cómodo que gestionar un país policéntrico, también en lo relativo a los servicios regionales de salud. O se repiensa España como una unión de reinos medieval o se retoman los decretos de nueva planta traídos de Francia con los borbones tras la Guerra de Sucesión. Es una cuenta pendiente aún no resuelta que ha ido dando tumbos a lo largo de los siglos. Esa situación, atornillada en el encaje político de la Transición, sólo beneficia a intereses económicos particulares y al  victimismo identitario.

2. La sanidad pública y el empleo público. Aquí casi nadie ha dicho esta boca es mía hasta que le han tocado el bolsillo. Al final, parece que el sentido de pertenencia y el compromiso con el sistema es una suerte de leyenda urbana propagada por cuatro frikis ingenuos. Sï, todos estamos muy quemados, los jefes son unos cabrones y el enchufismo es la nueva patente de corso. Dentro y fuera de la sanidad pública. Especialmente fuera: el común de los mortales llevamos ya al menos cuatro años aguantando las pedradas. Bienvenidos al mundo de la calle. De la puta calle. Entre la figura galdosiana del funcionario cesante y la depredación de las organizaciones bajo la protección de la cultura de partido existe un territorio amplísimo en el que se ubica el arquetipo del trabajador de la cosa pública sin privilegios de casta y sobre el que nadie habla en mitad del pandemonium de los recortes de los sueldos. Las protestas llegan tarde. Demasiado tarde. Máxime cuando la inercia diabólica de los acontecimientos ha mezclado los hachazos a las nóminas con la reforma sanitaria ahora en marcha y ya nadie escucha a nadie.

3. Izquierdas y derechas. Alguien ha asesorado muy mal a alguien. O muy bien, en función de qué intereses persiguiese. El desmarque del PP, (salvo una rectificación que sería más que bienvenida), del concepto de Sistema Nacional de Salud es una tragedia y una aberración que ciega los canales de comunicación entre la democracia cristiana, el liberalismo y la socialdemocracia. Porque rompe la posesión común de una cierta idea de lo público y la justicia social y retrotrae la lectura conceptual del debate a sus orígenes más descarnados, los de la disyuntiva planteada por el lumpen: o nos dais bienestar social o asaltamos vuestros palacios de invierno. Los quinquis no han leído Das Kapital pero van a empezar a acudir a los barrios comerciales de las ciudades en busca de recursos. Lo están haciendo ya. Si la única solución a eso es más policía, la catástrofe está servida.

4. La picaresca como coartada. En el país de Lázaro de Tormes, quien no roba es tonto. Pero la gente ha hecho un gran esfuerzo en dejar atrás las mañas de trilero y sublimarlas en ingenio y creatividad. Ese esfuerzo ha sido posible porque determinadas necesidades han estado cubiertas. Es insultante que los mismos que crean los agujeros para los abusos pongan el grito en el cielo ante la utilización bastarda de la sanidad pública por extranjeros o por bandas de abuelos pastilleros enganchados a las diazepinas. He visto a pacientes traficar con medicamentos. También los he visto devolver bolsas de ostomía por si le pueden servir a alguien en el centro de salud.

5. La quiebra institucional. La viabilidad del sistema es imposible si no hay un esfuerzo ético continuado nacido del posicionamiento personal para revisar el funcionamiento y la utilidad de las instituciones relacionadas con la gestión de la representación política, sindical y profesional. Es el penúltimo aviso: las instituciones tienen que ganarse su lugar bajo el sol o serán aparcadas a un lado sin que nadie, salvo quienes viven de ellas, derrame una lágrima.

Bueno, he aquí cinco anotaciones sin más pretensiones que las de el humilde soporte de una servilleta de bar. Me apunto de cabeza al curso de verano de cualquier universidad que tenga la valentía de incluir esos temas en su programa.

Ah, y ahí dejo un vídeo. Por si alguien aún no sabe de qué va todo esto y qué fantasmas se pueden despertar.