Ilustración: galería Flickr de DekuwaAlgunos derechos reservados.

Alfonso Pedrosa. Leyendo sobre la irrupción de Watson en el mundo sanitario, me he acordado de una idea de Jean Baudrillard (Bodri, en los ambientes) que se me quedó clavada hace años: las gafas son una prótesis que eliminará la mirada de la especie humana. Uso gafas desde hace mucho tiempo y me da yuyu la cosa del láser para arreglarme la vista, así que me acojoné acongojé un poco pensando en mi inexorable transformación en cyborg. Pero esa transformación no llegó, aunque conservo el hábito de limpiarme las gafas muchas veces al día por si las moscas.

La gente de IBM decidió hace un par de años llevar su nuevo superordenador al programa televisivo Jeopardy!, a competir con humanos. En general, ganó. Pero la cuestión es que, como dice Antonio Orbe en el post de Alt1040 que estaba leyendo, IBM no había fabricado ese cacharrro para ganar un concurso de la tele. El mismo Orbe ya había explicado en su momento por qué Watson ganó ese concurso. En cualquier caso, enseguida se materializaron sus inmensas posibilidades de mercado, en primer lugar, en el ámbito de los diagnósticos oncológicos.

Al principio me preocupé, pensando en mis gafas y en el subuniverso hospitalario high-tech, donde, en general, si el personal no se despabila y aprende a recordar su humanidad, a alguien se le puede ocurrir un buen día sustituir por robots a los honorables galenos y galenas. Skynet a la vuelta de la esquina. Y lo que le faltaba a la ya de por sí compleja vida hospitalaria de mi entorno es que encima empezasen a proliferar por los pasillos terminators en bata blanca.

La maravilla de Watson consiste en que es capaz de aprender desde la incertidumbre. Creo que su valor de fondo reside ahí. Antes de que todos empecemos a clamar por su llegada salvífica en plan tecnotrón solucionador, me parece que vale la pena considerar que quizá su gran aportación no resida en su eficiencia diagnóstica en sí misma. El valor de la aplicación tecnológica al ámbito clínico de sistemas complejos de gestión de la información, como es el caso de Watson, está en su capacidad de enseñar a las personas, no de sustituirlas. Enseñar, ¿a qué? A algo que en estos tiempos solo se nombra en susurros aterrados en las largas noches de guardia en el hospital: a gestionar la incertidumbre.

Las máquinas ya no luchan contra el hombre: le enseñan a ser lo que es.