Alfonso Pedrosa. Bien, al fin solos. Ha triunfado la visión de los alquimistas para la reorientación de los rumbos posibles del Sistema Nacional de Salud en España. Hora de recoger los escombros y ver qué podemos hacer. Sin acritud pero sin amnesia. Lo que sea que hagamos lo haremos la gente. Sin ayudas. A pulmón. Nos han dejado solos quienes no han visto un pobre en su vida, quienes entienden lo público como una agencia de empleo y quienes creen que la gobernanza de los sistemas regionales de salud es poco más que una tubería secundaria desde la que canalizar recursos financieros para otras partidas de las cuentas autonómicas.

Estamos solos y eso significa que haremos lo que hemos hecho siempre: buscarnos la vida. Por eso hay quien monta una cooperativa para autogestionar su propio centro de salud, gente de pueblos aislados que costean a escote un servicio de ambulancia, señoras que venden pasteles para financiar cursos de formación en autocuidado de la salud o pacientes que bloquean calles y se encierran en hospitales porque consideran criminal que si hay un medicamento que salva vidas, no se le esté dando a quienes lo necesitan.

Todas estas realidades que nos estallan en la cara son una versión Disney de la rutina diaria en otros lugares, donde nunca hubo buenos tiempos. Es lógico nuestro estupor. Al fin y al cabo, fuimos Roma; pero no merece la pena llorar por ello. Ahora, nos toca escarbar en la memoria para aprender a despertar y a vivir de otra manera. Desde Estados Unidos, la Unión Europea se veía hasta ayer como Euroland, el paraíso de la regulación. Mientras se termina de negociar el acuerdo bilateral que acabará con esa percepción, llegan noticias desde el otro lado del Atlántico animándonos a aprender las nuevas reglas de juego: tu cobertura sanitaria te va a salir más cara mientras te sigas quedando quieto. Hay que moverse. Somos la gente. Y estamos solos. La verja del Palacio de Invierno ha caído. Entre la calle y el poder sólo queda la interfaz de lo salvaje. Nuestro territorio natural.