Alfonso Pedrosa. La comunicación humana está fracasando en la metamorfosis dolorosa que atraviesan los estados, las organizaciones, los sistemas de protección social. No es que las personas fuesen importantes en los relatos dominantes del mundo de la opulencia que dejamos atrás pero, al menos, había lugares para encontrar el descanso del silencio. Ahora ya no hay silencio. Solo hay gritos y arañazos de ruido. Interferencias. Creo que la ciencia ficción puede ayudar a ubicarse en una perspectiva (una de las posibles) que sirva para entender por qué ocurre eso y cómo se puede superar la contradicción de ese choque de trenes dialéctico en el que se está convirtiendo la vida política, mediática y social en España. En otra ocasión he invocado el fantasma de Hari Seldon para subrayar la relevancia que encierra proyectar la imaginación hacia el futuro para entender cómo funciona Internet y por qué los hackers (y sus aprendices) son como son. O intentan serlo. Las referencias de ese tipo me han servido, incluso, para ayudar a articular alguna que otra conspiración. Ahora convoco aquí (no es la primera vez) al mismísimo Rick Deckard, el cazarrecompensas de Blade Runner, esa joya nacida en el crisol que Philip K. Dick creó con ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?.

La idea central de la obra de Dick es un interrogante: ¿qué es la identidad humana?. Nada más y nada menos. Lo humano. Precisamente eso que tanto echamos en falta en el relato del pandemonium de atrocidades diversas a las que estamos asistiendo. Ser humano es ostentar una cualidad preeminente: la empatía. Eso que se ha perdido en los lugares de trabajo, en las mesas de negociación, en los despachos de gestión, en las consultas médicas, en la cola del paro y en la cola del pan. Esa pérdida explica por qué todos los mensajes institucionales que se cruzan en la gestión de esta onda de crisis están tan lejos de la gente. Están elaborados por robots. Quiero decir: robots que cuando vuelven a casa por la noche intentan comportarse como seres humanos. "Como le había sucedido a mucha otra gente, Rick se había preguntado en varias ocasiones por qué un androide se sentía tan impotente cuando se enfrentaba a un test que mesuraba la empatía. La empatía era algo particular a la raza humana, mientras que es posible encontrar cierto grado de inteligencia en todas las especies, incluidos los arácnidos. Se debía seguramente a una razón: la facultad empática probablemente exige un instinto de grupo definido; para un organismo solitario, como una araña, no tendría la menor utilidad, es más, incluso perjudicaría su capacidad de supervivencia. La volvería consciente del anhelo de vivir de su presa. Por esa razón, todos los depredadores, incluso los mamíferos más desarrollados como los gatos, se morirían de hambre. Había llegado a la conclusión de que la empatía debía limitarse a los herbívoros, o a los omnívoros capaces de prescindir de una dieta que incluyera la carne. Porque en última instancia, el don de la empatía confundía la frontera que separa al cazador de su presa, al vencedor del vencido (….). Era extraño que se antojase como una especie de seguro biológico, pero de doble filo. Mientras una criatura experimentase la dicha, la condición de las demás incluía un fragmento de ésta. Sin embargo, si cualquier ser vivo sufría, no era posible desterrar del todo la sombra que se extendía sobre los otros. En virtud de lo anterior, un animal gregario, como el hombre, vería aumentado su factor de supervivencia, mientras que para un búho o una cobra supondría la extinción. Por tanto, el robot humanoide era un depredador solitario".

Asumámoslo. No nos esforcemos por ser lo que no somos y sufriremos menos. La biología y la ética se cruzan para dar origen a eso que llamamos empatía. Sentido de humanidad. No hemos nacido para ser depredadores. No hemos nacido para comer carne humana. Así que, cambiemos de dieta y nos irá mejor.

Todo eso es explicable porque, al parecer, desde que Aristóteles formateó nuestra CPU cultural, somos gregarios. Sociales. No tanto como opción de comportamiento individual, sino como marco ético de supervivencia. Para saber qué está bien y qué está mal necesitamos a alguien al otro lado. Alguien además de nosotros mismos. Obviamente, aquí se ilumina todo el panorama del cambio cultural que está impulsando la transformación hacia una sociedad red, imposible sin Internet. Voces humanas, pues. Otra vez los textos sagrados de la cartografía epónima de la Red. Pero no basta con saber leer esos mapas. Hay que dar un paso más y atreverse a salir de los respectivos perímetros de seguridad. De nuevo nos dice el cazarrecompensas que se enfrenta a la tarea de retirar replicantes de la Rosen Corporation: "Una corporación gigantesca como aquella acumulaba una gran experiencia. Poseía, de hecho, una especie de mente colmena. Y Eldon y Rachael Rosen hacían de portavoces de la entidad corporativa. Su error, evidentemente, había sido verlos como individuos. Un error que no volvería a cometer". Cuidado con el terror ciego que conduce a defender por encima de todas las cosas los colores de una camiseta que hace tiempo que dejó de ser honorable. Porque ahí se disuelve la identidad humana. Y, lo que son las cosas, la ausencia clamorosa de empatía en los procesos de comunicación que se manejan en esos entornos quizá sea la primera señal de que hay que pararse a pensar.

Es duro vivir con miedo. Eso significa ser esclavo…