Fotografía: Galería Flickr de Craig A. RodwayAlgunos derechos reservados.

Alfonso Pedrosa. El mundo que viene, el mundo que está siendo ya, es de los ingenuos y de los locos. Los tontos y desubicados de hoy serán vistos mañana como precursores proféticos que supieron ir más allá de lo obvio. No es que atisbe alguna señal en la niebla de que todo esto pueda ser así; es que no dejo de ver esas señales por todos lados, me duele la cabeza del impacto de tantos destellos allí donde miro. Una de esas realidades luminosas es la emergencia en la comunidad científica dedicada a la biomedicina de los valores de la ética hacker: uno de los mejores ejemplos de ello es La ciencia hacker, el blog compartido de @querolus y @jesusmendezzz.

Allí donde los investigadores con cierto sentido de la independencia intelectual están condenados a ser mavericks solitarios a contracorriente del establishment, se dibuja, poco a poco, todo un territorio de conocimientos metodológicos y herramientas de publicación alternativo a las conocidas miserias de lo de siempre. Otras formas de someter al juicio de sus iguales los resultados experimentales de la aplicación de sus hipótesis de trabajo; lo que, en realidad, es retornar a los orígenes de la vida de la comunidad científica, a las señas de identidad propias de quien dedica la existencia a perseguir un trozo de la verdad bajo la guía del método experimental. Redes sociales académicas en abierto, revistas nonprofit muy serias empeñadas en la redistribución del conocimiento, repositorios open access de trabajos científicos… están dejando de ser anécdotas sólo válidas para frikis despistados y empiezan a consolidarse como referencias esenciales para quien quiera saber, aprender y compartir, más allá del oropel y la fiesta, entre la comunidad de sus iguales. Estas iniciativas y las ideas de fondo que las sostienen empiezan a ser defendidas como propias por personas que viven muy dentro del mundo científico, que conocen perfectamente los engranajes de los sistemas perversos de financiación de la ciencia, los alambiques del reconocimiento institucional-cortesano, los jueguecitos para colocar un paper en los que quienes pelean con un brazo atado a la espalda son los mismos de siempre, el precio a pagar (y la recompensa a percibir) por el secuestro sistemático de la información en aras de la ventaja competitiva empresarial.

Esa defensa de la ciencia en abierto empieza a generar procesos de deliberación de los que nadie sabe, afortunadamente, adónde pueden llegar. Esta pandilla de locos ingenuos que empiezan a emerger de las sombras del labo no piden más dinero por hacer lo mismo de siempre; saben que esa batalla, necesaria para llegar a fin de mes, se debe dar, por ahora, con las reglas de juego del mundo tradicional. Pero saben también que en eso no van a poner, nunca más, lo mejor de sus ilusiones y energías. Seguirán redactando memorias de investigación para someterlas a la evaluación trucada  de los burócratas, sin duda. Pero esos mismos sumisos científicos, pacíficos guillotinadores de ratas Wistar por la mañana, se transforman en drag-queens de la pipeta por las noches, solo atentos a su pasión por saber, aprender y compartir lo que saben.  Reivindican otra manera de hacer ciencia. La están haciendo ya. No tienen miedo: la liquidación de la hucha de los dineros públicos para la ciencia les pilla ya acostumbrados a hacer más con menos. Para ellos, la crisis no es una travesía del desierto, porque llevan años viviendo en el desierto: su debilidad se ha tornado en fortaleza para sobrevivir.

No me lo estoy imaginando. Conozco a personas que funcionan así. Algunas de ellas, habituales merodeadoras de las revistas del primer cuartil.