Los sedicentes expertos en participación, los presuntos metodólogos de la ingeniería social e incluso muchos autodenominados líderes de opinión dentro y fuera de la Red con capacidad de influencia perfectamente descriptible andan siempre de cabeza con cómo dar con la tecla, con el resorte mágico, para crear comunidad.

Bien; ahí va la descripción del proceso en tres sencillos pasos, que he encontrado en un post de David de Ugarte. Os paso el pantallazo:

pantallazo de Las Indias

Pero, para tener claro cómo hay que hacer las cosas, primero hay que vivirlas, como, por otra parte, vienen intentando hacer los indianos de David desde 2002. Y eso no es fácil: escuchar es casi un arte perdido, las prisas producen una visión borrosa del paisaje y en un mundo donde salvo excepciones cada cual es esclavo de sí mismo, las personas son invisibles. Estos tres elementos (aprender a través de la palabra del otro, compartir dudas y certezas en la lenta espiral de la deliberación entre iguales y saber que es más importante vivir en buena compañía que tener razón), sencillamente son ausencias clamorosas entre quienes se presentan ante empresas e instituciones como los nuevos hacedores de comunidad. Y, claro, los resultados no llegan. Porque todo se basa en las métricas. Y la métrica no es una ética.
Crear comunidad es imposible sin renunciar al control. Si esto no se tiene en cuenta, cualquier intento de transformar la cultura de un determinado entorno, formal o informal, está muerto antes de nacer. Es un proceso que sólo conduce a mudar de personaje, a pasar de ser Gollum que atesora lo mucho o poco que posee a intentar convertirse en Sauron para crear un anillo, una parodia de comunidad domesticada integrada por homúnculos en permanente estado de minoría de edad; ya saben, un Anillo para gobernarlos a todos, etcétera. Y para ese viaje, desde luego que no necesitamos esas alforjas.


 

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