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Alfonso Pedrosa. "La democracia consiste en que gente inexperta gobierna a través de personas expertas". Se lo oí decir hace poco a Manuel Zafra, en un acto de la Semana Europea de la Democracia Local. Una buena justificación de la necesidad de la política en tiempos de desafección hacia cualquier cosa que huela a institución. "No elegimos a los políticos -explicaba este profesor universitario que ha transitado también por el mundo de los decisores- por mérito o capacidad porque los problemas políticos no tienen soluciones técnicas: la política es elegir entre bienes igualmente valiosos". Esto es, el criterio técnico, una vez desplegadas todas las posibilidades de intervención, no identifica la elección, la decisión final: eso lo hace alguien no técnico, un no experto, que es quien tiene el mandato del sujeto soberano para elegir entre varias posibilidades igualmente legítimas y así orientar el bien común.

Sin embargo, si el mundo de la política institucional incorpora a su discurso esta argumentación como baluarte de su propia legitimación, tiene que abrir, necesariamente, el campo de juego y aceptar que la idea de gobernanza rebasa ya los moldes tradicionales: hay más gente inexperta, además de los políticos, legitimada para co-decidir sobre la cosa pública, sobre el bien común. Esa gente, en democracia, es cualquiera (sí, cualquiera, por mucho que chirríe la maquinaria del prejuicio de cada cual). Los requisitos exigibles para entrar en el juego son pocos: buena voluntad y sentido común. Y eso se llama participación ciudadana. De la de verdad.

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