Alfonso Pedrosa. Llevo unos días flipando con este suplemento de Cancer Cell, en el que China saca músculo en el área biomédica. Esa especie de publirreportaje llega con el respaldo de un supersocio local, Biotecan (Shanghai); pero echan una mano también AstraZeneca, Pfizer Oncology y Ortho Clinical Diagnostics (Johnson&Johnson). Las webs de AZ y Pfizer, como se ve, están en chino, con todos sus perejiles y aliños varios.

¿Y quién es esta gente? Ya, ya, uno se acuerda de aquella frase que se atribuye a Napoleón sobre el dragón dormido que hará temblar al mundo cuando despierte. Incluso de Kapuscinski, cuando en sus crónicas, décadas atrás, contaba cómo los chinos se habían hecho con el mercado de los enseres cotidianos, domésticos, baratos, de África. Hoy, simplemente, se dice que China está comprando países enteros en ese continente, que se ha quedado con buena parte de la deuda soberana de algunos honorables miembros de la Unión Europea y que, para triunfar, mejor ponerse a contar el mundo en renmimbis y a pensar en chino mandarín. Sin embargo, para mí, los chinos son fundamentalmente unos tipos que se parten el lomo currando sin mover una pestaña: son los que veo cada día y cada noche en mis itinerarios de rutina. Los del restaurante chino (el otro día me preguntaron si tenía moto para ofrecerme trabajo como repartidor), los del restaurante japo-sushi (que también es chino) y su clónico de comida para llevar, los de las dos tiendas de alimentación y otras dos de ropa  (donde además puedes encontrar chuches y patatas fritas) que no sé cuándo cierran y que triunfan en mi barrio.

El suplemento de ‘Cancer Cell’ despliega el poderío de ocho instituciones dedicadas a investigar en cáncer de carácter local (bueno, eso de local allí es como de Carmona a Pernambuco aquí). Son la Academia China de Ciencias Médicas, la Sociedad China de Oncología Médica, la Universidad Sun Yat-Sen,  la Universidad Fudan, el Hospital Oncológico de la Universidad de Pekín, el Instituto de Hematología de Shanghai, la Universidad Tsinghua y el Laboratorio de Oncología State Key del Sur de China (Universidad deHong Kong).

Según los datos de ese suplemento, en los próximos cinco años, China se va a gastar 1.600 millones de dólares en investigación farmacéutica básica orientada al cáncer; de esa cantidad, 78 millones irán sólo a identificar moléculas candidatas para tratar el cáncer hepático.

Veo en el suplemento la foto del ministro de Sanidad chino, Zhu Chen, supongo que jerarca del Partido Comunista y leo que además es director honorario del Instituto de Hematología de Shanghai. Parece un tipo amable. Bien peinado y servicial. Como cualquiera de sus compatriotas que sirven a deshoras en sus tiendas, con eficaia y una sonrisa, a los viandantes del lugar.

Hace poco, tranquilizaba mi prepotencia europea atribuir el crecimiento económico de China a la ventaja competitiva de no estar muy pendientes de los derechos humanos (fundamentalmente, niños y mujeres) en aquel país. Seguro que eso sigue siendo cierto. Pero también es verdad que, si los chinos se ponen a hacer biomedicina con el mismo tesón con que abren un negocio en mi barrio y pelean por él, ahí se encuentra, sin duda, una buena explicación de por qué las cosas están empezando a ser como son.

Creo que la vida ya me pilla mayor para aprender cantonés. Pero a partir de ahora miraré con muchísimo más respeto al pan de gambas del restaurante chino del barrio.

Hace algunos años, escuchaba a algunos portavoces de la industria farmacéutica en España cachondearse de la calidad de los procesos de fabricación en China de determinados principios activos que luego se vendían en Europa, erosionando  los mercados de destino. Ahora, esa misma industria farmacéutica financia un suplemento sobre investigación oncológica china en una revista internacional de alto impacto. Y, además, quiere que se sepa.