Atribución, sin obra derivada. Fotografía: Unidad del dolor. By kozumel.

Redacción Synaptica. En la última Comisión de Salud del Parlamento de Andalucía, antes de las laaargas vacaciones navideñas de sus señorías, seguramente dedicadas a trabajar duramente en sus respectivas circunscripciones (vaya bronceados de Sierra Nevada que se vieron en la sesión, nada de rayos UVA de tres al cuarto), la consejera Montero habló de política de personal. Nada que no se hubiese dicho ya, haciendo equilibrios entre lo avasallador de las cifras presupuestarias y las apreturas de liquidez. Por allí andaba, en plan lobo bueno, Rafael Burgos, director general de Personal del SAS, atento al improbable caso en que hubiera que echarle un quite a la jefa. Pero nada, no hizo falta. Sí que quedó claro que el tema de los eventuales se sigue negociando y que, en principio, los pata negra llamados a circular por el pasillo de seguridad que debe desembocar en un nombramiento de interinidad con opción a OPE en 2009, son aquellos que están marcados con el signo de Caín: una cruz que indica que son estructurales, no cualquier cosa sustituta de vacaciones, bajas o apretones estacionales. El SAS trabaja ahora en dos frentes, para conseguir que no se cuele nadie más aparte de estos 5.092 cuyos nombres ya están escritos en las previsiones salvíficas de la Junta de Andalucía: el primer frente, paradójicamente (o no) más tranquilo es de los sindicatos de la mesa sectorial, que, por ahora, han mirado a ver qué pasaba en las movilizaciones de Asturias y Cataluña y se están quietos. El segundo frente, también (o no) paradójico, es el de la batalla a cara de perro con los gerentes de hospitales y directores de distrito, que van a pelear por mantener a sus plantillas reales intactas para poder llegar con cierta holgura a los objetivos de los respectivos contratos-programa. Los gestores hacen esto porque son buenas personas y, también, porque hay de por medio jugosas partidas de productividad variable para directivos. Al fondo de la escena, Hacienda vigila con el seguro quitado a la cadena de sus mastines, cansada de que sea la sanidad autonómica la primera en meter mano en la caja cuando quema la pasta. Y el horno, como todo el mundo sabe, no está para bollos.