Fotografía: Galería Flickr de ViNull. Algunos derechos reservados.

Alfonso Pedrosa. ¿Qué es lo que hace hombre al hombre? ¿Sus orígenes, la manera en que empieza todo, o es otra cosa? Eso se preguntaba el profesor Trevor Bruttenholm reflexionando sobre la naturaleza de Hellboy, ese demonio rojo fumador de puros, amante de las chocolatinas y los gatos y especialista en salvar al mundo del cataclismo planeado por el infierno. Un demonio que elige hacer las cosas bien. Una inquietud parecida veo yo cobrar forma en la historia que cuenta @frelimpio en K.O.L., su novela de redención, metamorfosis y miserias a través de las peripecias vitales y profesionales de un médico de la sanidad pública (andaluza, muy probablemente) entre los años 90 y la primera década del nuevo siglo. Ahorita mismo, vaya. El autor ofrece su relato, con un punto retador, a quien recale en su blog o en su Twitter, en plan si queréis saber qué es lo que pasa, leed esto.

En la novela de este endocrino del Hospital Virgen del Rocío de Sevilla, casi nadie cree en Dios y casi todo el mundo cree en el Diablo. Pacientes tronchados por la mala suerte y el abandono de los guardianes de las instituciones de protección social, médicos que se bandean entre la mediocridad profesional y humana de jefes y gestores y las pérfidas corruptelas de las compañías farmacéuticas… ¿Queda espacio para ser médico (para ser persona) cuando la bicoca del poder y la gloria, tan humana, lo ocupa ya casi todo, cuando todos los mensajes del ambiente empujan a que la gente confíe más en su perro que en su madre?
 
¿Qué es lo que hace hombre al hombre? Viene a cuento la pregunta, sí señor. Porque de las vetas de experiencia vital que estallan a la vista en el relato de Relimpio saltan, como esquirlas, visiones del infierno: un sistema sanitario público que no le importa a nadie y en el que los pacientes son carne de cañón; una industria farmacéutica obscena e insaciable, voraz a costa de lo que sea; unos gestores sólo preocupados por los réditos de sus lealtades políticas; y basura, toda la basura que puede anidar en el peor y en el mejor de los seres humanos.
 
Lo que hace hombre al hombre, como bien sabía el padre adoptivo de Hellboy, es la libertad, la capacidad de elegir. El personaje de la novela termina descubriendo que se puede elegir. Y ya no cuento más del argumento, mayormente por no destrozarle la historia al autor.
 
He visto cosas a lo largo de los años que coinciden, en muchos casos, con el cuadro descrito por Federico Relimpio. Pero también he visto a las personas elegir. Y no siempre elegir mal. Conozco a personas honestas en la industria farmacéutica y en las empresas que se relacionan con ella. Conozco a personas honestas que han dedicado lo mejor de sus años más productivos a la gestión sanitaria desde el compromiso ideológico con un programa electoral defendido por un partido político. Conozco a personas honestas entre los profesionales de la sanidad pública, que salvan al mundo del hundimiento cada día. Conozco a personas honestas, en fin, entre los pacientes que contactan cada mañana con alguno de los miles de puntos de acceso al sistema sanitario. Conozco a personas honestas que me reafirman cada día en la certeza de que existe la conspiración de la gente decente. Y que está en marcha. No es difícil identificar a esas personas: son las que se atreven a elegir aquello que saben que deben elegir. A veces, bajo la presión del Terror. Pero, gracias a la cultura abierta de la Red, son cada vez más fuertes. Lo suficiente como para horadar los tabiques institucionales y recuperar su propia voz. Entonces, sí, las personas pueden elegir. Y no tienen por qué hacerlo mal.