Dice Anthony Fauci en una reciente entrevista (en la que habla de vacunas, salud pública y pandemias) que ha mantenido su puesto como asesor de científico de la Casa Blanca desde los tiempos de Reagan gracias a que su postura siempre ha sido apolítica. Sin embargo, nada hay tan político como la ciencia.

En España sabemos al menos desde Ramón y Cajal que la ciencia es un trabajo duro, durísimo y, la mayoría de las veces, tan ingrato como la política. La ciencia española ha definido históricamente su relación con la política en términos de financiación pública. La política, los políticos, los gobiernos o como quiera que demos en llamar a ese ecosistema del poder, son benéficos si dan dinero, si facilitan la llegada del magnífico tecnotrón traído de los cielos de manos de una rubia mideluéstica, como diría Martín Santos; sin embargo, los políticos son maléficos si no lo hacen. Eso significa que, de entrada, aquí y en los EEUU del Dr. Fauci, conseguir una financiación decente siempre ha exigido un posicionamiento político eficaz.

Por otro lado, la salud pública va de personas, de poblaciones y de sociedades más que de cacharros. Posee una relación germinal con una cierta idea institucionalizada del bien común que una sociedad se da a sí misma. En general, esa idea, cuando aterriza en la realidad, cristaliza en realidades que aún seguimos llamando sistemas de salud. En algunos ámbitos de Europa, incluso, lo público es una característica indisociable de esa idea, es la matriz de la cristalización institucional del bien común: sistemas públicos de salud. Por eso, la salud pública solo puede decirse apolítica, como afirma el Dr. Fauci, en aquellos entornos donde no hay sistema. Sólo en ese universo cabe afirmar que “soy médico, me dedico a cuestiones de salud pública. Absolutamente nunca me inmiscuyo en temas políticos”, como cuenta Fauci, timonel de la pandemia en la era Trump, en XL Semanal.

Si hay sistema, hay política. Y por eso, también, nada más deletéreo para la grandeza del horizonte ético de la búsqueda del bien común que el exceso político en el pensar y el hacer de la salud pública; porque abre la puerta del sistema a las patologías institucionales de la ideologización, que terminan siendo la muerte del propio sistema. Por no saber integrar dentro de sí la diferencia y confundir el discrepar con la traición.


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